ENSAYOS DE UN AVENTURERO ESCOCÉS
La importancia de Stevenson
Carlos Ma. Domínguez en El País - Uruguay
Además de
escribir dos libros breves y asombrosos, La isla del tesoro y El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr Hyde, ahora también
es posible leer sus reflexiones sobre la literatura y lo que pensaba sobre
Julio Verne, Alejandro Dumas o Víctor Hugo, entre otros.
ROBERT
Louis Stevenson ha permanecido discretamente oculto bajo el brillo de dos
libros breves y asombrosos: La isla del tesoro y El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Pero fue autor
de muchos títulos, y un magnífico ensayista. Como su vida fue romántica y murió
en pleno auge del realismo la obra quedó algo apartada en el camino de otros
logros. Sin embargo, ahora que la novela ha disuelto todos los rigores y
concentrado todos los permisos, es posible leer sus reflexiones sobre el arte
de escribir con un interés nuevo.Dijo Borges que la circunstancia de haber
escrito libros para niños acaso disminuyó su fama. Pero la conoció en vida a un
grado irritante para varios críticos de su tiempo. La isla
del tesoro fue la primera novela de Stevenson. Se publicó por
entregas semanales en la revista Young Folks, entre
octubre de 1881 y enero de 1882, sin mayor repercusión. Cuando al año siguiente
se recogió en libro el éxito fue arrollador. Lo repitió tres años después con
la publicación de El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde:
en seis meses vendió cuarenta mil ejemplares en Inglaterra y diez años después
llevaba vendidos 250 mil ejemplares en Estados Unidos. Había comenzado a
publicar en 1876 (Un viaje al continente), y en dieciocho
años dio a conocer cuentos, novelas, crónicas, obras de teatro, libros de
poesía y ensayos: a la hora de su muerte dejó siete novelas inconclusas. Junto
a la correspondencia, sus obras completas ocupan en la Edinburgh Edition
veintiocho volúmenes.
Stevenson
fue admirado y discutido en Inglaterra, a la manera en que lo es Cortázar en el
Río de la Plata. Su novedad, su valor, su influencia, motivaron discusiones
después de su muerte. Fue amigo de los novelistas Henry James y J. M. Barrie,
del dramaturgo William Archer, del poeta Edmund Goose. Si bien G. K. Chesterton
no lo conoció, le dedicó un libro destinado a defenderlo de las críticas más
descaminadas, ponderar su genio y anotar sus limitaciones . Si es cierto que su
destino imantó la obra, la obra no imantó su destino. Su vocación fue la
aventura de la imaginación y la del viaje, y se mantuvo ajeno a sus detractores
porque como señaló London Dodd, para un artista de su clase "el resultado externo es siempre como espuma que se
escapa: sus ojos están vueltos hacia adentro".
El caballero en la niebla
La imagen de Stevenson es la de un hombre
delgado, larga cara aceitunada de ojos separados y para escándalo de los
puritanos, larga melena lacia. En la juventud adoptó un casquete bordado, a la
moda de los estudiantes de París, lo que le dio fama de extravagante. Lo
tildaban de vanidoso y niño mimado, y las tres acusaciones merecen aclaración.
Había nacido en una familia de constructores de faros el 13 de noviembre de
1850, en Edimburgo, con tan mala salud como la madre. El amparo a la condición
de hijo único y enfermizo lo protegió del rigor calvinista del abuelo paterno y
le dio a su infancia la forma de un consuelo con historias, lecturas y
teatrillos de cartón, muy populares en Escocia, en los que luego habrían de
rastrearse algunas claves de su estilo literario.
La magra salud le impidió ir a la
escuela, de modo que recibió educación privada en la casa y los cuidados de una
niñera muy amada y muy afecta a los cuentos truculentos. Por tradición
familiar, el padre lo impulsó a estudiar ingeniería náutica y le cambió el
segundo nombre, Lewis, por el francés Louis, para evitar que lo asociaran con
un político radical que llevaba el mismo nombre. Pero Robert se cambió a la
carrera de Derecho y una vez recibido guardó el título bajo el imperio de dos
declaraciones: la tuberculosis y la voluntad de dedicarse a la literatura. Esto
último fue motivo de amargas discusiones con su padre, en las que habría que
sumar un período de vida disipada que lo reunió con delincuentes y lo sumergió
en la contracara del puritanismo: la demencial embriaguez que campeaba entre
los hombres de Escocia. El abuso del alcohol lo acompañó a lo largo de su breve
vida pero logró moldearse en la nobleza de carácter de un caballero, que
cultivó de modo ejemplar.
Una contradicción no es una paradoja
hasta el momento en que un hombre se abraza a uno de sus extremos, y la de
Stevenson fue ser fiel a su espíritu aventurero con un cuerpo enfermo. Recorrió
en burro las montañas de Cevennes en el centro de Francia, realizó travesías en
canoa con un baronet por los canales franceses, viajó por muchos paisajes de
Escocia y se enamoró en París de una norteamericana casada y con tres hijos.
Fanny Osbourne había tenido una mala vida
matrimonial y estaba separada. Uno de sus pequeños hijos murió en París y ella
regresó a California. Pero Stevenson decidió ir a buscarla, contra el consejo
de sus amigos y la voluntad del padre, que le negó el dinero para hacer el
viaje. Lo juntó a lo largo de tres años, se embarcó a Estados Unidos y atravesó
el continente de Este a Oeste subido a los trenes de carga como un vagabundo.
Llegó en un estado tan deplorable que debió hospitalizarse, pero consiguió casarse
con Fanny en San Francisco, y poco después regresó al hogar paterno, donde su
nueva familia fue bien recibida.
El propio
Stevenson escribió La isla del tesoro para entretener
al niño Samuel Osbourne durante unos días de lluvia, según contó en "Mi
primer libro: La isla del tesoro". Hasta entonces había publicado crónicas
de viaje, los cuentos de las Nuevas noches árabes y El club de los suicidas, pero no conseguía dar forma a una
novela. La terminó en Suiza, mientras curaba su mala salud en las montañas de
Davos. Luego vivió un tiempo en un balneario del sur de Inglaterra, se trasladó
a New York y al cabo de una estadía en San Francisco, en 1888 contrató una
goleta para viajar con su familia, incluida la madre (el padre había muerto), a
las islas Marquesas. Fascinado con las culturas primitivas de la Polinesia,
prolongó el viaje hasta la isla de Samoa, donde decidieron quedarse a vivir.
Los aborígenes lo llamaron Tusitala, "el narrador de cuentos", lo
ampararon y quisieron durante siete años. En la mañana del 3 de diciembre de
1894 lo mató un derrame cerebral mientras preparaba una ensalada. Tenía 44
años.
Fue
enterrado en el monte Vaea donde yace bajo un epitafio escrito por él
mismo: "De vuelta del mar está el marinero,/ de vuelta del bosque
está el cazador". Meses antes había escrito en una carta: "Durante catorce años no he conocido un solo día efectivo de
salud. He escrito con hemorragias, he escrito enfermo, entre estertores de tos,
he escrito con la cabeza dando tumbos".
La vida es monstruosa
Por más tumbos
que haya dado la cabeza de Stevenson, se los ahorró al lector. Sus textos
tienen la dirección de una flecha. No solo sus cuentos y novelas, también sus
ensayos. Desde las historias románticas de Walter Scott la novela inglesa había
conocido un notable desarrollo hacia el realismo de William Thackeray (Feria de vanidades,Barry Lyndon) y la
novela social de Charles Dickens (Oliver Twist,David Copperfield) ¿Por qué Stevenson no lo continuaba?
Dijo
Chesterton que huyó del nihilismo que se extendía por la inteligencia de
Europa. "Pocos han caído en la cuenta de que la más sombría especie
de materialismo moderno cayó a menudo sobre una clase que acababa de escapar a
una igualmente sombría especie de espiritualidad. Apenas acababan de salir de
la sombra de Calvino cuando entraron en la sombra de Schopenhauer… Puritanismo
y pesimismo, en resumen, eran cárceles que se hallaban muy próximas; y nadie ha
contado nunca cuántos fueron los que dejaron una sólo para entrar en la otra; o
bajo qué galería cubierta pasaron. La aventura de Stevenson fue una fuga, una
especie de romántica escapada para evitar a las dos. Y así como un fugitivo
muchas veces ha corrido a encontrarse en la casa de su madre, así este escapado
buscó refugio en su antiguo hogar; se fortificó en el cuarto de los niños y
casi trató de introducirse en la casa de muñecas. Y lo hizo por una especie de
instinto de que allí habían existido goces concretos que un puritano no podía
prohibir ni un pesimista negar. Pero fue una historia extraña. Él tuvo su respuesta
a la pregunta ¿puede un hombre ser feliz?, y la respuesta fue: Sí, antes de que
llegue a ser un hombre".
Su
refugio no fue en los recuerdos de la niñez sino en sus recursos, en las
emociones despertadas por juguetes rústicos que alejados de su fidelidad a lo
real y con artificios sencillos, hacían correr la imaginación. En vez de
reclamarle a la literatura su poder de verdad, esgrimió el poder de su encanto,
luego de comprender que los relatos populares "no eran fieles a lo
que los hombres ven; eran fieles a lo que los lectores sueñan".
Lo
discutió con Henry James en el ensayo "Una humilde reconvención"."Mister James se pronuncia con un fervor encomiable sobre la
suprema importancia de la verdad para el novelista" escribió; "tras
un examen más atento, la verdad nos parece una expresión de alcance muy
discutible, no sólo en el quehacer del novelista, sino también en el del
historiador. Ningún arte -utilizando la atrevida frase de Mr. James-`puede
competir con la vida` satisfactoriamente… La vida es monstruosa, ilimitada,
absurda, profunda y áspera; en comparación con ella, la obra de arte es
ordenada, precisa, independiente, racional, fluida y mutilada. La vida se
impone por la fuerza, como el trueno inarticulado; el arte seduce al oído, en
medio de los ruidos infinitamente más ensordecedores de la experiencia".
La
concepción del artificio literario lo condujo a afirmar que en todo relato hay
una sola manera de mostrarse inteligente, y es siendo preciso, que todas las
artes encuentran en la superficie su razón de ser porque es en la superficie
donde percibimos su belleza y cuando escudriñamos debajo nos impresiona la
vulgaridad de las cuerdas y poleas. Cada frase debe avanzar en progresión
lógica, transmitir un significado inteligible y componer sus sonidos y ritmos
con la seducción de la música ("Sobre algunos elementos técnicos del
estilo literario"). Compensaba la exigencia de no repetir ideas, evitar
las frases de relleno, ir directamente al grano, con la inteligencia de una
trama articulada con el avance de un reloj. Si se observa el progreso dramático
de La isla del tesoro es sencillo ver que cada capítulo
termina o empieza con un cambio de posición esencial en la relación de los
buscadores del tesoro y la banda de piratas. En un capítulo son aliados, en el
otro enemigos feroces, al siguiente las circunstancias los obligan a unirse,
pero luego vuelven a enfrentarse, y nunca repiten las posiciones que llevan la
trama por una parodia a veces alegre, a veces criminal, de los escarceos entre
los medios y los fines, mientras la moral baila como un esqueleto y recoge sus
huesos, atropellada por las corridas de los dos bandos.
El
impacto de El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde no se debió
al descubrimiento de la duplicidad del hombre, y mucho menos a su lucha entre
el bien y el mal, sino a la sorpresa de que dos hombres fueran el mismo hombre,
efecto malogrado en muchas versiones cinematográficas por la incapacidad de
seguir el artificio de Stevenson. El nacimiento de este relato lo cuenta en
otro de sus estupendos artículos, "Ensayo sobre los sueños", dado que
se originó en dos escenas entrevistas mientras dormía.
Allí
dice: "El pasado sólo tiene una textura, y poco importa que ese
pasado sea fingido o padecido, representado en tres dimensiones o contemplado,
en calidad de espectador, en ese pequeño teatro de nuestro cerebro que
permanece con todas las luces encendidas la noche entera, cuando ya se han
apagado las fuentes, y la oscuridad y el sueño reinan sin ser molestados en el
resto del cuerpo… Todo se desmorona hasta quedar convertido en un residuo
apenas visible, igual que lo que soñamos anoche: unas cuantas imágenes
discontinuas… No hay una sola hora, un solo estado de ánimo, ni una sola mirada
que podamos evocar. Todo ha desaparecido, escapando al conjuro. Y sin embargo,
sentimos que se nos ha arrebatado, sentimos ese fino hilo de la memoria que
sobresale, roto, de nuestro bolsillo. Y así nos quedamos en medio de esa
desnudez anulada. Porque sólo podemos guiarnos, sólo podemos llegar a
conocernos a través de esos cuadros pintados en aire que son el pasado".
La
corrupción del tiempo también borra las novelas leídas y Stevenson trabajó con
especial atención sobre las imágenes icónicas que sobreviven en la memoria
cuando el resto de la trama se ha deshecho."Los hilos de una historia
se unen de cuando en cuando formando una escena sobre la malla",
como una ilustración, dice en "Cotilleos sobre la novela romántica":
Crusoe reculando al ver la huella en la arena, Ulises tensando el arco, o en su
propia historia de piratas: la cicatriz de Billy Bones (Borges nunca olvidó la
imagen de Perro Negro bajo las patas de los caballos).
Lo acusaron de ser demasiado consciente
de su oficio, de predicar la literatura, de ser una maravilla de nueve días, de
alentar una moda olvidable y de exterioridad. Desde luego, la visión de
Stevenson ofrecía dibujos muy delgados frente al robusto cuerpo del realismo.
El príncipe Florizel, David Balfour, Alan Breck, son figuras coloridas y precisas
de una trama tensa, pero incapaces de dar la ilusión de hombres y mujeres
reales cuyos destinos desbordan la novela que los creó. Su afán de no repetir
ideas le daba a sus peripecias una velocidad que impedía al lector instalarse
en la comodidad más o menos apoltronada del lector, dispuesto a convivir
durante un número abultado de páginas con las reiteradas manifestaciones del
carácter, la psicología, los tipos sociales.
Si sus
imágenes a menudo tienen el encanto de la poesía, parecieron poco amables y
acogedoras. ¿Es que la novela debía ser el gran mirador? Lo fue para el
realismo en su momento de ascenso a un grado que el propio Stevenson, por
paradójico que resulte, no dejó de admirar a los novelistas de perfiles más
románticos, como Dickens y Victor Hugo, al que dedicó un notable ensayo
("Las novelas de Victor Hugo"). Reconoce en Hugo un nuevo concepto de
unidad dramática derivado de la multiplicidad, ya no el concentrado espíritu
crítico de su admirado Hawthorne o el poder de avanzar la historia por su
detalle en Walter Scott. Se trata en cambio de la subordinación y síntesis de
un gran fresco poblado de infinidad de vidas, y paisajes y experiencias sumadas
como las capas invisibles de pintura en un cuadro terminado, con la intención
de denunciar a los ojos del burgués "el trabajo y el
sudor de los que llevan la litera de la civilización en que nos movemos".
Ese efecto moral de la novela decimonónica, con su retrato de los oprimidos,
los arribistas, los dramas encarnados entre las clases sociales, de la
condición de los rebeldes y los extraviados, justificó su hegemonía. Hoy hay
que pedir disculpas por enredar la moral con la novela, pero es que el género
perdió su hegemonía.
Un viejo faro escocés
En una
conferencia de 1960 en Macom, Georgia, la escritora norteamericana Flannery
O`Connor hiló un ovillo que acerca la trama de Stevenson y el realismo a la
actualidad. Alentada a explicar el grotesco en la literatura sureña, dijo que
muchos lectores y críticos han establecido una ortodoxia para la novela. "Exigen un realismo basado en hechos que, más que ampliar,
puede limitar a largo plazo el alcance de la novela. Entienden que el único
material legítimo de la novela está ligado al movimiento de las fuerzas
sociales, a lo típico, y a la fidelidad a las cosas tal como aparecen y suceden
en la vida normal. Esto suele ir acompañado de un generoso tratamiento de
aquellos aspectos de la existencia que los novelistas victorianos no podían
abordar directamente. Es sólo durante los últimos cincuenta o sesenta años
cuando los escritores han conseguido una presunta emancipación de la moral
victoriana. Ésta era una licencia que abría muchas posibilidades en literatura,
pero nunca es bueno para la cultura el día en que una libertad así entendida se
acepta como algo general. El escritor carece completamente de derechos, salvo
aquellos que se forja dentro de su propia obra. Nos han inundado con tanta
literatura deplorable, basada en libertades inmerecidas, o en la noción de que
la literatura debe representar lo típico, que las formas más profundas de
realismo son cada vez más incomprensibles para el público".
Lo que O`Connor discutía en su
conferencia era la ilegitimidad de contar la vida por su causalidad sin la
selectiva mutilación del arte, o dicho de otro modo, sin ambición de indagar la
misteriosa realidad del hombre. Desde entonces la novela ha hecho toda clase de
exploraciones y experiencias que desbordaron los cauces del género, y la misma
discusión sobre su legitimidad quedó sepultada bajo los desprecios de la anti
novela. Solo las llamadas novelas de género, la ciencia ficción, el policial,
conservan un pacto de artificio formal con sus lectores que escapa al
progresivo cambio de la verosimilitud, con todas sus leyes y sujeciones, por la
veracidad del relato, cargado de la viva fuerza confesional y bárbara de la
vida sin mediaciones.
Pero con
demasiada frecuencia es una veracidad despojada de intención estética y
gruesamente fetichista en la ponderación de los hechos por su nimiedad o por la
gravedad de sus consecuencias sobre un cántaro al que nadie quiere ponerle
nombre porque ya no se sabe qué nombre tiene el lugar donde golpean las
palabras. Es más, aprendimos a convivir con la sospecha de que no lo hacen en
ningún lado. De modo que esta nueva edición de los ensayos de Stevenson que
acaba de editar Páginas de Espuma es una buena oportunidad de revisar los
supuestos de la novela a la luz de un viejo faro escocés. Sus destellos dicen
que se escribe para dos sentidos: el oído que percibe la música de las palabras
y la imagen de la letra impresa, y que la novela no existe por su semejanza con
la vida, "sino por su diferencia inconmensurable".
Puede que entre un extremo y otro todavía vacile su significado.
Todos los ensayos citados en este
artículo integran la antología, además de otros dedicados a la obra de Dumas,
Poe, Whitman, Thoreau, Villon, páginas biográficas y exquisitas reflexiones
sobre literatura.
ESCRIBIR, de
Robert Louis Stevenson. Páginas de espuma, 2013. Madrid, 443 páginas.
LOS LIBROS
Novelas
La isla del Tesoro (1883)
La flecha negra (1888)
El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde (1886)
Secuestrado (1886)
El señor de Ballantrae (1888)
Catriona (o David Balfour, 1893; continuación de Secuestrado)
Cuentos
Nuevas noches árabes (o El club de los suicidas, 1882)
Los hombres del mundo alegre (1887)
Cuentos de los Mares del Sur (1893)
Fábulas (1896)
Otras obras
Un viaje al continente (1876)
Edimburgo: notas pintorescas (1879)
Virginibas Puerisque, y otros textos (1881)
Estudios familiares de hombres y libros (1882)
Jardín de versos para niños (1885)
Cartas de Vailima (1895)
La isla del Tesoro (1883)
La flecha negra (1888)
El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde (1886)
Secuestrado (1886)
El señor de Ballantrae (1888)
Catriona (o David Balfour, 1893; continuación de Secuestrado)
Cuentos
Nuevas noches árabes (o El club de los suicidas, 1882)
Los hombres del mundo alegre (1887)
Cuentos de los Mares del Sur (1893)
Fábulas (1896)
Otras obras
Un viaje al continente (1876)
Edimburgo: notas pintorescas (1879)
Virginibas Puerisque, y otros textos (1881)
Estudios familiares de hombres y libros (1882)
Jardín de versos para niños (1885)
Cartas de Vailima (1895)
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