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quinta-feira, 24 de abril de 2014

ROBERT LOUIS STEVENSON

ENSAYOS DE UN AVENTURERO ESCOCÉS

La importancia de Stevenson
Carlos Ma. Domínguez en El País - Uruguay

Además de escribir dos libros breves y asombrosos, La isla del tesoro y El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr Hyde, ahora también es posible leer sus reflexiones sobre la literatura y lo que pensaba sobre Julio Verne, Alejandro Dumas o Víctor Hugo, entre otros.

ROBERT Louis Stevenson ha permanecido discretamente oculto bajo el brillo de dos libros breves y asombrosos: La isla del tesoro y El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Pero fue autor de muchos títulos, y un magnífico ensayista. Como su vida fue romántica y murió en pleno auge del realismo la obra quedó algo apartada en el camino de otros logros. Sin embargo, ahora que la novela ha disuelto todos los rigores y concentrado todos los permisos, es posible leer sus reflexiones sobre el arte de escribir con un interés nuevo.Dijo Borges que la circunstancia de haber escrito libros para niños acaso disminuyó su fama. Pero la conoció en vida a un grado irritante para varios críticos de su tiempo. La isla del tesoro fue la primera novela de Stevenson. Se publicó por entregas semanales en la revista Young Folks, entre octubre de 1881 y enero de 1882, sin mayor repercusión. Cuando al año siguiente se recogió en libro el éxito fue arrollador. Lo repitió tres años después con la publicación de El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde: en seis meses vendió cuarenta mil ejemplares en Inglaterra y diez años después llevaba vendidos 250 mil ejemplares en Estados Unidos. Había comenzado a publicar en 1876 (Un viaje al continente), y en dieciocho años dio a conocer cuentos, novelas, crónicas, obras de teatro, libros de poesía y ensayos: a la hora de su muerte dejó siete novelas inconclusas. Junto a la correspondencia, sus obras completas ocupan en la Edinburgh Edition veintiocho volúmenes.
Stevenson fue admirado y discutido en Inglaterra, a la manera en que lo es Cortázar en el Río de la Plata. Su novedad, su valor, su influencia, motivaron discusiones después de su muerte. Fue amigo de los novelistas Henry James y J. M. Barrie, del dramaturgo William Archer, del poeta Edmund Goose. Si bien G. K. Chesterton no lo conoció, le dedicó un libro destinado a defenderlo de las críticas más descaminadas, ponderar su genio y anotar sus limitaciones . Si es cierto que su destino imantó la obra, la obra no imantó su destino. Su vocación fue la aventura de la imaginación y la del viaje, y se mantuvo ajeno a sus detractores porque como señaló London Dodd, para un artista de su clase "el resultado externo es siempre como espuma que se escapa: sus ojos están vueltos hacia adentro".
El caballero en la niebla
La imagen de Stevenson es la de un hombre delgado, larga cara aceitunada de ojos separados y para escándalo de los puritanos, larga melena lacia. En la juventud adoptó un casquete bordado, a la moda de los estudiantes de París, lo que le dio fama de extravagante. Lo tildaban de vanidoso y niño mimado, y las tres acusaciones merecen aclaración. Había nacido en una familia de constructores de faros el 13 de noviembre de 1850, en Edimburgo, con tan mala salud como la madre. El amparo a la condición de hijo único y enfermizo lo protegió del rigor calvinista del abuelo paterno y le dio a su infancia la forma de un consuelo con historias, lecturas y teatrillos de cartón, muy populares en Escocia, en los que luego habrían de rastrearse algunas claves de su estilo literario.
La magra salud le impidió ir a la escuela, de modo que recibió educación privada en la casa y los cuidados de una niñera muy amada y muy afecta a los cuentos truculentos. Por tradición familiar, el padre lo impulsó a estudiar ingeniería náutica y le cambió el segundo nombre, Lewis, por el francés Louis, para evitar que lo asociaran con un político radical que llevaba el mismo nombre. Pero Robert se cambió a la carrera de Derecho y una vez recibido guardó el título bajo el imperio de dos declaraciones: la tuberculosis y la voluntad de dedicarse a la literatura. Esto último fue motivo de amargas discusiones con su padre, en las que habría que sumar un período de vida disipada que lo reunió con delincuentes y lo sumergió en la contracara del puritanismo: la demencial embriaguez que campeaba entre los hombres de Escocia. El abuso del alcohol lo acompañó a lo largo de su breve vida pero logró moldearse en la nobleza de carácter de un caballero, que cultivó de modo ejemplar.
Una contradicción no es una paradoja hasta el momento en que un hombre se abraza a uno de sus extremos, y la de Stevenson fue ser fiel a su espíritu aventurero con un cuerpo enfermo. Recorrió en burro las montañas de Cevennes en el centro de Francia, realizó travesías en canoa con un baronet por los canales franceses, viajó por muchos paisajes de Escocia y se enamoró en París de una norteamericana casada y con tres hijos.
Fanny Osbourne había tenido una mala vida matrimonial y estaba separada. Uno de sus pequeños hijos murió en París y ella regresó a California. Pero Stevenson decidió ir a buscarla, contra el consejo de sus amigos y la voluntad del padre, que le negó el dinero para hacer el viaje. Lo juntó a lo largo de tres años, se embarcó a Estados Unidos y atravesó el continente de Este a Oeste subido a los trenes de carga como un vagabundo. Llegó en un estado tan deplorable que debió hospitalizarse, pero consiguió casarse con Fanny en San Francisco, y poco después regresó al hogar paterno, donde su nueva familia fue bien recibida.
El propio Stevenson escribió La isla del tesoro para entretener al niño Samuel Osbourne durante unos días de lluvia, según contó en "Mi primer libro: La isla del tesoro". Hasta entonces había publicado crónicas de viaje, los cuentos de las Nuevas noches árabes y El club de los suicidas, pero no conseguía dar forma a una novela. La terminó en Suiza, mientras curaba su mala salud en las montañas de Davos. Luego vivió un tiempo en un balneario del sur de Inglaterra, se trasladó a New York y al cabo de una estadía en San Francisco, en 1888 contrató una goleta para viajar con su familia, incluida la madre (el padre había muerto), a las islas Marquesas. Fascinado con las culturas primitivas de la Polinesia, prolongó el viaje hasta la isla de Samoa, donde decidieron quedarse a vivir. Los aborígenes lo llamaron Tusitala, "el narrador de cuentos", lo ampararon y quisieron durante siete años. En la mañana del 3 de diciembre de 1894 lo mató un derrame cerebral mientras preparaba una ensalada. Tenía 44 años.

Fue enterrado en el monte Vaea donde yace bajo un epitafio escrito por él mismo: "De vuelta del mar está el marinero,/ de vuelta del bosque está el cazador". Meses antes había escrito en una carta: "Durante catorce años no he conocido un solo día efectivo de salud. He escrito con hemorragias, he escrito enfermo, entre estertores de tos, he escrito con la cabeza dando tumbos".

La vida es monstruosa

Por más tumbos que haya dado la cabeza de Stevenson, se los ahorró al lector. Sus textos tienen la dirección de una flecha. No solo sus cuentos y novelas, también sus ensayos. Desde las historias románticas de Walter Scott la novela inglesa había conocido un notable desarrollo hacia el realismo de William Thackeray (Feria de vanidades,Barry Lyndon) y la novela social de Charles Dickens (Oliver Twist,David Copperfield) ¿Por qué Stevenson no lo continuaba?
Dijo Chesterton que huyó del nihilismo que se extendía por la inteligencia de Europa. "Pocos han caído en la cuenta de que la más sombría especie de materialismo moderno cayó a menudo sobre una clase que acababa de escapar a una igualmente sombría especie de espiritualidad. Apenas acababan de salir de la sombra de Calvino cuando entraron en la sombra de Schopenhauer… Puritanismo y pesimismo, en resumen, eran cárceles que se hallaban muy próximas; y nadie ha contado nunca cuántos fueron los que dejaron una sólo para entrar en la otra; o bajo qué galería cubierta pasaron. La aventura de Stevenson fue una fuga, una especie de romántica escapada para evitar a las dos. Y así como un fugitivo muchas veces ha corrido a encontrarse en la casa de su madre, así este escapado buscó refugio en su antiguo hogar; se fortificó en el cuarto de los niños y casi trató de introducirse en la casa de muñecas. Y lo hizo por una especie de instinto de que allí habían existido goces concretos que un puritano no podía prohibir ni un pesimista negar. Pero fue una historia extraña. Él tuvo su respuesta a la pregunta ¿puede un hombre ser feliz?, y la respuesta fue: Sí, antes de que llegue a ser un hombre".
Su refugio no fue en los recuerdos de la niñez sino en sus recursos, en las emociones despertadas por juguetes rústicos que alejados de su fidelidad a lo real y con artificios sencillos, hacían correr la imaginación. En vez de reclamarle a la literatura su poder de verdad, esgrimió el poder de su encanto, luego de comprender que los relatos populares "no eran fieles a lo que los hombres ven; eran fieles a lo que los lectores sueñan".
Lo discutió con Henry James en el ensayo "Una humilde reconvención"."Mister James se pronuncia con un fervor encomiable sobre la suprema importancia de la verdad para el novelista" escribió; "tras un examen más atento, la verdad nos parece una expresión de alcance muy discutible, no sólo en el quehacer del novelista, sino también en el del historiador. Ningún arte -utilizando la atrevida frase de Mr. James-`puede competir con la vida` satisfactoriamente… La vida es monstruosa, ilimitada, absurda, profunda y áspera; en comparación con ella, la obra de arte es ordenada, precisa, independiente, racional, fluida y mutilada. La vida se impone por la fuerza, como el trueno inarticulado; el arte seduce al oído, en medio de los ruidos infinitamente más ensordecedores de la experiencia".
La concepción del artificio literario lo condujo a afirmar que en todo relato hay una sola manera de mostrarse inteligente, y es siendo preciso, que todas las artes encuentran en la superficie su razón de ser porque es en la superficie donde percibimos su belleza y cuando escudriñamos debajo nos impresiona la vulgaridad de las cuerdas y poleas. Cada frase debe avanzar en progresión lógica, transmitir un significado inteligible y componer sus sonidos y ritmos con la seducción de la música ("Sobre algunos elementos técnicos del estilo literario"). Compensaba la exigencia de no repetir ideas, evitar las frases de relleno, ir directamente al grano, con la inteligencia de una trama articulada con el avance de un reloj. Si se observa el progreso dramático de La isla del tesoro es sencillo ver que cada capítulo termina o empieza con un cambio de posición esencial en la relación de los buscadores del tesoro y la banda de piratas. En un capítulo son aliados, en el otro enemigos feroces, al siguiente las circunstancias los obligan a unirse, pero luego vuelven a enfrentarse, y nunca repiten las posiciones que llevan la trama por una parodia a veces alegre, a veces criminal, de los escarceos entre los medios y los fines, mientras la moral baila como un esqueleto y recoge sus huesos, atropellada por las corridas de los dos bandos.
El impacto de El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde no se debió al descubrimiento de la duplicidad del hombre, y mucho menos a su lucha entre el bien y el mal, sino a la sorpresa de que dos hombres fueran el mismo hombre, efecto malogrado en muchas versiones cinematográficas por la incapacidad de seguir el artificio de Stevenson. El nacimiento de este relato lo cuenta en otro de sus estupendos artículos, "Ensayo sobre los sueños", dado que se originó en dos escenas entrevistas mientras dormía.
Allí dice: "El pasado sólo tiene una textura, y poco importa que ese pasado sea fingido o padecido, representado en tres dimensiones o contemplado, en calidad de espectador, en ese pequeño teatro de nuestro cerebro que permanece con todas las luces encendidas la noche entera, cuando ya se han apagado las fuentes, y la oscuridad y el sueño reinan sin ser molestados en el resto del cuerpo… Todo se desmorona hasta quedar convertido en un residuo apenas visible, igual que lo que soñamos anoche: unas cuantas imágenes discontinuas… No hay una sola hora, un solo estado de ánimo, ni una sola mirada que podamos evocar. Todo ha desaparecido, escapando al conjuro. Y sin embargo, sentimos que se nos ha arrebatado, sentimos ese fino hilo de la memoria que sobresale, roto, de nuestro bolsillo. Y así nos quedamos en medio de esa desnudez anulada. Porque sólo podemos guiarnos, sólo podemos llegar a conocernos a través de esos cuadros pintados en aire que son el pasado".
La corrupción del tiempo también borra las novelas leídas y Stevenson trabajó con especial atención sobre las imágenes icónicas que sobreviven en la memoria cuando el resto de la trama se ha deshecho."Los hilos de una historia se unen de cuando en cuando formando una escena sobre la malla", como una ilustración, dice en "Cotilleos sobre la novela romántica": Crusoe reculando al ver la huella en la arena, Ulises tensando el arco, o en su propia historia de piratas: la cicatriz de Billy Bones (Borges nunca olvidó la imagen de Perro Negro bajo las patas de los caballos).
Lo acusaron de ser demasiado consciente de su oficio, de predicar la literatura, de ser una maravilla de nueve días, de alentar una moda olvidable y de exterioridad. Desde luego, la visión de Stevenson ofrecía dibujos muy delgados frente al robusto cuerpo del realismo. El príncipe Florizel, David Balfour, Alan Breck, son figuras coloridas y precisas de una trama tensa, pero incapaces de dar la ilusión de hombres y mujeres reales cuyos destinos desbordan la novela que los creó. Su afán de no repetir ideas le daba a sus peripecias una velocidad que impedía al lector instalarse en la comodidad más o menos apoltronada del lector, dispuesto a convivir durante un número abultado de páginas con las reiteradas manifestaciones del carácter, la psicología, los tipos sociales.
Si sus imágenes a menudo tienen el encanto de la poesía, parecieron poco amables y acogedoras. ¿Es que la novela debía ser el gran mirador? Lo fue para el realismo en su momento de ascenso a un grado que el propio Stevenson, por paradójico que resulte, no dejó de admirar a los novelistas de perfiles más románticos, como Dickens y Victor Hugo, al que dedicó un notable ensayo ("Las novelas de Victor Hugo"). Reconoce en Hugo un nuevo concepto de unidad dramática derivado de la multiplicidad, ya no el concentrado espíritu crítico de su admirado Hawthorne o el poder de avanzar la historia por su detalle en Walter Scott. Se trata en cambio de la subordinación y síntesis de un gran fresco poblado de infinidad de vidas, y paisajes y experiencias sumadas como las capas invisibles de pintura en un cuadro terminado, con la intención de denunciar a los ojos del burgués "el trabajo y el sudor de los que llevan la litera de la civilización en que nos movemos". Ese efecto moral de la novela decimonónica, con su retrato de los oprimidos, los arribistas, los dramas encarnados entre las clases sociales, de la condición de los rebeldes y los extraviados, justificó su hegemonía. Hoy hay que pedir disculpas por enredar la moral con la novela, pero es que el género perdió su hegemonía.
Un viejo faro escocés
En una conferencia de 1960 en Macom, Georgia, la escritora norteamericana Flannery O`Connor hiló un ovillo que acerca la trama de Stevenson y el realismo a la actualidad. Alentada a explicar el grotesco en la literatura sureña, dijo que muchos lectores y críticos han establecido una ortodoxia para la novela. "Exigen un realismo basado en hechos que, más que ampliar, puede limitar a largo plazo el alcance de la novela. Entienden que el único material legítimo de la novela está ligado al movimiento de las fuerzas sociales, a lo típico, y a la fidelidad a las cosas tal como aparecen y suceden en la vida normal. Esto suele ir acompañado de un generoso tratamiento de aquellos aspectos de la existencia que los novelistas victorianos no podían abordar directamente. Es sólo durante los últimos cincuenta o sesenta años cuando los escritores han conseguido una presunta emancipación de la moral victoriana. Ésta era una licencia que abría muchas posibilidades en literatura, pero nunca es bueno para la cultura el día en que una libertad así entendida se acepta como algo general. El escritor carece completamente de derechos, salvo aquellos que se forja dentro de su propia obra. Nos han inundado con tanta literatura deplorable, basada en libertades inmerecidas, o en la noción de que la literatura debe representar lo típico, que las formas más profundas de realismo son cada vez más incomprensibles para el público".
Lo que O`Connor discutía en su conferencia era la ilegitimidad de contar la vida por su causalidad sin la selectiva mutilación del arte, o dicho de otro modo, sin ambición de indagar la misteriosa realidad del hombre. Desde entonces la novela ha hecho toda clase de exploraciones y experiencias que desbordaron los cauces del género, y la misma discusión sobre su legitimidad quedó sepultada bajo los desprecios de la anti novela. Solo las llamadas novelas de género, la ciencia ficción, el policial, conservan un pacto de artificio formal con sus lectores que escapa al progresivo cambio de la verosimilitud, con todas sus leyes y sujeciones, por la veracidad del relato, cargado de la viva fuerza confesional y bárbara de la vida sin mediaciones.
Pero con demasiada frecuencia es una veracidad despojada de intención estética y gruesamente fetichista en la ponderación de los hechos por su nimiedad o por la gravedad de sus consecuencias sobre un cántaro al que nadie quiere ponerle nombre porque ya no se sabe qué nombre tiene el lugar donde golpean las palabras. Es más, aprendimos a convivir con la sospecha de que no lo hacen en ningún lado. De modo que esta nueva edición de los ensayos de Stevenson que acaba de editar Páginas de Espuma es una buena oportunidad de revisar los supuestos de la novela a la luz de un viejo faro escocés. Sus destellos dicen que se escribe para dos sentidos: el oído que percibe la música de las palabras y la imagen de la letra impresa, y que la novela no existe por su semejanza con la vida, "sino por su diferencia inconmensurable". Puede que entre un extremo y otro todavía vacile su significado.
Todos los ensayos citados en este artículo integran la antología, además de otros dedicados a la obra de Dumas, Poe, Whitman, Thoreau, Villon, páginas biográficas y exquisitas reflexiones sobre literatura.
ESCRIBIR, de Robert Louis Stevenson. Páginas de espuma, 2013. Madrid, 443 páginas.
LOS LIBROS
Novelas
La isla del Tesoro (1883)
La flecha negra (1888)
El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde (1886)
Secuestrado (1886)
El señor de Ballantrae (1888)
Catriona (o David Balfour, 1893; continuación de Secuestrado)

Cuentos
Nuevas noches árabes (o El club de los suicidas, 1882)
Los hombres del mundo alegre (1887)
Cuentos de los Mares del Sur (1893)
Fábulas (1896)

Otras obras
Un viaje al continente (1876)
Edimburgo:  notas pintorescas (1879)
Virginibas Puerisque, y otros textos (1881)
Estudios familiares de hombres y libros (1882)
Jardín de versos para niños (1885)
Cartas de Vailima (1895)


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