Una nueva
obligación social:
leer el correo
Amando de Miguel en Libertad Digital - España
Esta seccioncilla se mantiene con el aluvión de correos que me llegan todos los días sobre asuntos relacionados con la lengua. Me ocupo y preocupo ahora del instrumento: el correo. Han evolucionado tanto las cosas que "el correo" sin más es ya el que penetra por el ordenador o el teléfono y otros dispositivos similares. El otro correo, el postal, el clásico, se ha reducido mucho; prácticamente a los envíos publicitarios, las multas, los bancos, los impuestos y poco más. Una persona que no tenga hoy una dirección de correo (electrónico) es una indocumentada.
No voy a discutir la utilidad que tiene ese artilugio del correo metido en el ordenador, procedente no se sabe de dónde. El hecho es que nos llegan cartas (ahora llamadas mensajes) de las más diversas procedencias. Las hay íntimas, simpáticas, útiles, pero también insultantes, propagandísticas y hasta obscenas. Es la consecuencia de la libertad. Bienvenido sea el riesgo si es a cambio de aumentar nuestras posibilidades de comunicación, de estar informados y entretenidos.
Ahora empiezan los problemas. Supongo que hay algún dispositivo para discriminar los correos útiles de los que son basura. Yo no he llegado a tanto. Así que tengo que tragarme un conjunto heteróclito de comunicaciones de todos los pelajes. La primera dificultad, por tanto, está en cómo administrar mi tiempo para digerir todo ese material que me llega, normalmente sin pedirlo. Hace un par de años el número de correos no pasaba de la media docena diaria. Eso está bien. Pero ahora puede que en un día lleguen docenas e incluso centenares. A su vez, muchos hay que abrirlos para recoger la información literal o gráfica que viene dentro de ellos. Me siento desbordado por la cantidad de información que me llega todos los días, a todas horas, sin necesidad de que el ordenador esté abierto. Es un buzón gigantesco el que debo tener, pero nunca se llena. Me pregunto que, si la tendencia sigue su curso, dentro de poco tiempo serán miles los correos que tendré que abrir todos los días. De momento, esa operación de abrir el correo es una de las que más tiempo me insume al día. Llegará un momento en que no podré hacer otra cosa que abrir esos correos que me inundan.
La cuestión se complica porque, si bien la mayor parte de los correos no exigen respuesta, algunos sí lo hacen de manera perentoria. Sucede, incluso, que si no contestas a la petición correspondiente el corresponsal se enfada. "¿Cómo es que no me has contestado?". Hay que hacerlo, además, de manera inmediata. De lo contrario uno queda como descortés. Pero ¿hasta qué punto me pueden exigir los demás que yo queme mi tiempo en escucharlos? Bien está que esa exigencia provenga de un amigo o un pariente, pero se extiende cada vez más a personas que no conozco. Ya digo que todo es razonable mientras el número de comunicaciones sea digerible, como una especie de ocio. Pero el ritmo que lleva va a hacer que toda la población adulta y alfabetizada se pase las horas muertas delante de un teclado. Da la impresión de que empieza a ser lo más importante que tenemos que hacer en la vida.
Algo tiene que ocurrir para que se detenga esta tendencia que digo. Puede ser la comunicación hablada a través del ordenador o del teléfono, pero todo el mundo sabe que scripta manent (= lo que permanece es la escritura). Así que de momento seguimos esclavos del ordenador y la impresora como adminículo imprescindible. ¡Que Santa Tecla nos proteja!
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