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quarta-feira, 11 de junho de 2014

LUIS MARÍA ANSON


Luis María Anson muestra la 


imprenta que imprimió el Quijote 


en el único enclave cervantino de 


Madrid

El presidente de la Sociedad Cervantina, Luis María Anson, evoca los años en los que Miguel de Cervantes luchó por imprimir la primera parte de la hoy considerada obra maestra "El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha". Lo hace en el sótano de la sede de la Sociedad Cervantina, donde se ubicó en el siglo XVII el taller de impresión que vio nacer al Quijote.
La imprenta que vio nacer al Quijote es el único de los enclaves relacionados con Cervantesque se conserva en Madrid: un taller en la calle Atocha por el que pasaron los grandes literatos del siglo XVII y que la Sociedad Cervantina reconstruyó en su empeño por difundir la obra del genio.
"Si hay algún sitio que tiene emoción literaria en Madrid es en el que estamos ahora mismo, porque es donde vio la luz la obra más importante de la literatura española y tal vez de la universal", explica a EFE Luis María Anson en el antiguo taller del impresor Juan de la Cuesta, donde se alza la sede de la Sociedad Cervantina, de la que es presidente.
En el sótano del imponente edificio hay un pequeño habitáculo con "dos sórdidos ventanucos" -así lo describió Cervantes- donde se ha instalado una réplica exacta de la imprenta, el componedor y las banquetas de la época hasta dejar el espacio tal y como el genio lo vio en elsiglo XVII. O casi, porque entonces, relata Anson, estaba "muy sucio, lleno de tintas y de papel".
En esas cuatro paredes ahora reconstruidas pasó muchas horas Cervantes: le costó convencer a Juan de la Cuesta para que diese vida a "El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha" porque hasta que no publicó la primera parte de esa novela, el ahora considerado genio universal vendía más bien poco. "Lo pasó muy mal Cervantes. Era un escritor no demasiado estimado por los impresores", dice el presidente de la Sociedad Cervantina.
Por fin consiguió que Juan de la Cuesta accediese a publicar la obra y estuvo después muy pendiente de cómo avanzaba la composición. "Es muy emocionante pensar la cantidad de tiempo que pasó Cervantes en este mismo sitio discutiendo con los operarios sobre si las capillas -que es como se llamaba al conjunto de las páginas- estaban mejor o peor", evoca Anson.
Cuenta el responsable de la Sociedad Cervantina que, en sus visitas, en su mayoría para protestar, Cervantes no obtuvo un buen trato del impresor. Y el genio era insistente porque, según relata Anson, acudió al taller "todos los días hasta que consiguió que la cuadración fuese lo más exacta posible".
Juan de la Cuesta respondía con "notable desdén" a las invectivas de Cervantes porque en el fondo "era un negociante que lo que quería era ganar dinero, y por eso montó una de las grandes industrias que había en Madrid". En ese taller imprimieron Quevedo, Tirso, Ruiz de Alarcón... "Y Góngora creo que no, pero tuvo grandes deseos de hacerlo", comenta Anson.
Estaba ubicado a tan solo unos metros del conocido en esa época como barrio de las Musas, hoy de las Letras precisamente por la gran cantidad de escritores que lo habitaron. "Aunque no se saludaban entre ellos, por aquí vivían los grandes genios y todos acudían a esta imprenta porque en ella se imprimían sus obras", evoca.
Justamente para guardar la memoria de aquel momento estelar de la literatura y la industria tipográfica trabajan desde la Sociedad Cervantina, cuyo presidente no cree en "esas cosas mortuorias" de buscar los restos del escritor en la iglesia de las Trinitarias, donde se cree que fue enterrado. "A Cervantes seguro que no le haría gracia", apunta.
Y añade que le parece una cuestión "anecdótica y menor" encontrar sus restos de cara a la celebración en el 2016 del cuarto centenario de su muerte porque, dice, "las gentes que quieran revivir lo que Cervantes significó encontrarán una serie de pueblos y lugares que son completamente auténticos y que permiten vivir de cerca lo que él vivió y conoció".
Enclaves mágicos, como la imprenta que en la capital española nos permite asomarnos al mundo cervantino, un lugar cargado de emoción literaria y en el que, según Anson, "podríamos volver a imprimir el Quijote con la misma máquina que se imprimió en el siglo XVII".

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