Galdós y Azorín tuvieron serios problemas para entrar en la Academia
En sus tres siglos de historia, la Real Academia Española ha dejado fuera de sus muros a escritores de primera fila y otros han tenido serias dificultades hasta conseguir entrar, como les sucedió a Galdós, el mejor novelista español de su época, o a Azorín, ilustre representante de la Generación del 98.
De esas dificultades, y de otros «secretos de cónclave», habla Víctor García de la Concha, director de la RAE entre 1998 y 2010, en la entrevista que concede a Efe con motivo de su libro Real Academia Española. Vida e Historia (Espasa), presentado ayer.
El autor ha elegido los «casos paradigmáticos» de Galdós y Azorín, y los de dos escritoras que no pudieron ingresar por el hecho de ser mujeres: Gertrudis Gómez de Avellaneda y Emilia Pardo Bazán.
De la negativa de la Academia a admitir mujeres durante más de dos siglos (la primera, Carmen Conde, entró en 1979) hablaba también Alonso Zamora Vicente en su Historia de la RAE, pero García de la Concha aporta «novedades», como una carta de Gómez de Avellaneda al director de la RAE, conde de Cheste, cuando ya le habían comunicado que la Academia no podía «admitir señoras».
En enero de 1889 se votó por primera vez la candidatura de Galdós, pero competía con Francisco Commelerán y salió elegido este catedrático de latín de instituto. «La reacción negativa de la opinión pública no se hizo esperar».
Un mes más tarde, se produjo otra vacante, pero el autor de Misericordia no lo quiso intentar. Emilia Pardo Bazán, su amiga y amante, le aconsejaba en una carta no entrar en una institución de la que lo habían «desalojado ignominiosamente (para ellos). No le toca en la Academia no digo sillón: ni siquiera taburete».
En junio los académicos convencieron a Galdós para que se volviera a presentar, y ahí entró sin problemas «uno de los más grandes novelistas de la historia literaria», subraya García de la Concha. En 1908, cuando Azorín pretendió ingresar por primera vez en la Academia ya era un reconocido escritor. No lo logró.
Cinco años más tarde lo intentó de nuevo, pero la plaza se la dieron a un ministro. La indignación de la prensa fue grande y «hubo quien quería romper a pedradas los cristales de la Academia». Finalmente ingresó en 1924.
En 1853 solicitó su ingreso Gómez de Avellaneda mediante un escrito «respetuoso, digno». Nadie en la RAE ponía en duda sus méritos literarios. La cuestión era si podían «admitir señoras», y cuando llegó el día de la votación, «seis académicos dijeron sí y catorce dijeron no».
La RAE se lo comunicó en un «escrito señorial» en el que le decían que «si no hubiera sido por el obstáculo que suponía ser mujer, ella habría entrado por unanimidad», resume García de la Concha.
En la carta que dirigió luego a la RAE, y que es «novedad absoluta», Gómez de Avellaneda «muestra en carne viva el lógico despecho y la amargura, pero también su señorío».
Aquello de que «las señoras no pueden formar parte de este Instituto» se lo volvieron a decir en 1912 a Pardo Bazán, que aspiraba a entrar desde hacía tiempo. Ella mandó a la Academia «una instancia» en la que enumeraba sus méritos y le respondieron con «un escueto oficio».
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