Leer y viajar, común en personas cultas
Cuando me embaúlo una buena novela, me imagino que su autor es una persona que ha leído mucho y que ha viajado.
AMANDO DE MIGUEL
Parecen dos dedicaciones incompatibles, pero suelen ser complementarias. Sería de agradecer que en los paquebotes de los cruceros turísticos (rascacielos flotantes) figurara una nutrida biblioteca, que el pasaje manosearía. Más aún, en los camarotes debería instalarse un estante con libros. Siempre se repondrían después de cada singladura. No importa que los pasajeros se llevaran algunos volúmenes de recuerdo, como hacen con las toallas, los jabones o los albornoces. Pero estoy delirando. Vuelvo al camino real.
Una característica común a las personas cultas es que han leído y han viajado mucho. Los libros que leíamos de niños nos transportaban a lugares exóticos. Recordemos: el Kurdistán de Karl May, la India de Salgari, la isla tropical de Robinson Crusoe, las estepas rusas de Julio Verne, los grandes ríos americanos de Tom Sawyer. Los autores se mezclan con los personajes.
Todavía hoy, cuando me embaúlo una buena novela, me imagino que su autor es una persona que ha leído mucho y que ha viajado. No hace falta tampoco que sus excursiones sean exóticas. El mínimo y más productivo viaje consiste en salirse de uno mismo para contemplar el panorama a vista de pájaro. Es lo que hacía un Galdós o un Baroja con Madrid, un Unamuno con Bilbao o Salamanca.
El dato decisivo en la biografía de uno es el momento en que alguien le enseña a leer y escribir. Ahí empieza el gran viaje. Ahora, por fortuna, podemos hacerlo, además, a través de esa maravilla de la internet. ¿Cuándo será la ocasión de apearle la mayúscula y anteponerle el artículo femenino?
¿Qué tienen de común viajar y leer? La actitud comparativa, que es el principio del conocimiento y encima resulta placentera. Recordemos el personaje de don Quijote. Su actividad principal fue la lectura hasta que, ya talludo, se dispuso a emprender el viaje de su vida. La obra anticipa esas road movies americanas, cuya acción sucede a lo largo de la carretera.
También puede suceder que haya personas que viajen y lean, pero no se enteran de la misa la media. Pena me dan. Los centros educativos tendrían que enseñar a viajar y a leer, pues las dos actividades se aprenden y se complementan. Llega un momento de la trayectoria vital en la que empieza a ser dificultoso moverse físicamente de un lugar a otro. Ahora la lectura toma el relevo y provee de imágenes e ideas para comparar. Lo hace también la radio, el cine, la tele, las redes. Bienvenido sea el progreso. No importa que haya medios vulgares, como siempre hubo novelas infumables.
Los lectores pueden enviar propuestas a mi correo:fontenebro@msn.com
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