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segunda-feira, 10 de novembro de 2014

DRAE

"Las lenguas no tienen fronteras"

Esta semana fue presentada la vigésimo tercera edición del ‘Diccionario de la lengua española’, que incorpora 6 mil términos nuevos. Blecua habla sobre su preparación y la salud del idioma en Iberoamérica.
Por: Juan David Torres Duarte

¿Por qué actualizar el ‘Diccionario’?
Porque la lengua se actualiza constantemente y tiene un dinamismo permanente. Desde que las lenguas nacen se van transformando día a día, y realmente cada generación cambia la lengua, la fonética, la morfología, cambia sobre todo el léxico, cambia también la relación de la sociedad con el lenguaje. Para eso hay que actualizarlo, si no los diccionarios se convertirían en fósiles.
¿Cómo es una jornada cuando trabajan en el ‘Diccionario’?
Los métodos en la lexicografía han variado mucho. Hay un momento en que la conexión entre la informática y la telemática cambió la lexicografía. Antes, el lexicógrafo iba con fichas hechas a mano y luego tomaba nota con un lapicerito, anotaba un texto. Ahora nada de esto existe. Se hace todo con grandes bases de datos. Tienen 500 millones de palabras, que se pueden manejar como usted quiera y permiten una figura de análisis muy grande que antes no se podía hacer.
¿A qué fuentes acuden?
Son muy diversas, dispersas. Los corpus —que es como se llaman estas bases de datos— intentan ser modelos que reflejan la realidad lingüística: hay periódicos, obras de creación, manuales de automóviles. Sí que hay muchísimo de los medios de comunicación.
En general, ¿qué requisitos debe tener una palabra para entrar al ‘Diccionario’?
En primer lugar, vigencia. La palabra debe existir y hay que documentarla. Saber quién la emplea, qué frecuencia tiene con respecto a las otras palabras, qué dispersión —cómo se utiliza en el mundo de la lengua española—, cómo se utiliza dentro de los géneros. Una vigencia relativa. Ahora cada vez las palabras corren más en el tiempo. Parece mentira, pero Twitter, tableta, libro electrónico son palabras que van a una velocidad gigantesca. La globalización crea estas cosas.
¿Qué influencia tienen las redes sociales en el cambio del lenguaje?
Muchísima. Las redes sociales se han convertido en el escaparate, en una red, en el mundo de la lengua y de la vida. El mes pasado han entrado en el diccionario a hacer consultas 43 millones de personas. Es un camino inaudito. Antes no se veía en la lingüística una cosa así: que 43 millones de personas consultaran en un mes desde los sitios más peregrinos y a las horas más intempestivas.
Este diccionario parece muy abierto, con palabras muy locales como ‘papichulo’ y ‘amigovio’.
Corresponden a usos muy coloquiales, en zonas muy concretas. La zona del Río de la Plata es de ‘amigovio’. En España no existe ‘amigovio’, existe una expresión parecida: amigos con derecho a roce, mucho más expresiva, más peligrosa para utilizar según qué sitio.
¿Es posible mantener cerradas las fronteras del lenguaje?
Las lenguas no tienen fronteras.
¿Cómo se marcan esos límites entre lo local y lo global?
Hemos tenido una serie de reuniones con todas las academias de la lengua española, concretamente una en Guatemala, donde tomamos decisiones sobre los americanismos. Desde 2010 existe un Diccionario de americanismos, con más de 70.000 voces, y no se podían incorporar todas. Algunas eran sólo de Honduras, de El Salvador. Se llegó a un acuerdo de que las palabras tenían que existir por lo menos en tres países, y muy rápido se hizo un trabajo de selección. Y luego se han comprobado uno por uno los 19.000 americanismos.
¿La lengua también fragmenta a la sociedad?
Lo que tiene la lengua es que es a la vez unificadora y diversificadora. La lengua tiene la variedad, que es su mayor riqueza. La gracia está en que hablamos diferente en fonética, sintaxis, léxico.
En ese sentido, ¿cuál es la riqueza del español de América?
Se forja de una manera muy compleja con la estructura administrativa, con los virreinatos fundamentalmente, y con el contacto de la flota con el mundo europeo, por una parte, y la nao de la China desde México con Filipinas y Japón. Es decir, América es un complejo lingüístico que en su origen es administrativo —el Consejo de Indias—. Sabemos qué traían los barcos, qué libros llevaban. Es un mundo que se va forjando, es muy dependiente de Europa, pero también muy independiente a través del camino del libro, la administración. Y claro: América no es lo mismo en el Virreinato de la Nueva España que en la Audiencia de Chiapas. El contacto con las lenguas indígenas ha configurado una América muy distinta y permitió que el español no fuera universal. Cambia la manera de vivir, la cultura, todo. Por eso el español de América ha tenido su independencia desde el comienzo, tiene una vida diferente desde que llegan los primeros pobladores.
¿Por qué se perdió en América el acento más común de España?
Los del norte pronuncian la ese, la zeta y la ce de ese modo. Los del sur pronuncian igual que ustedes. España, antes del siglo XVI, antes de que Colón viniera a América, tenía dos formas lingüísticas muy distintas. Una forma norteña y una forma que se vincula alrededor de Sevilla, en el siglo XIII, que tiene particularidades de léxico y fonética. Existe una pronunciación diferente de las consonantes que en la Edad Media eran ce con cedilla y zeta. Junto a ellas había otras dos consonantes, la ese normal y la ese doble (sorda y sonora). Desapareció la diferencia y todas confluyeron en la ce con cedilla. Es una consonante que tiene una característica silbante, y esa consonante, según las zonas, se pronuncia como ese o como zeta. Pero no tiene que ver nada con la del norte de la península. Y eso pasa a América porque más de la mitad de los que pasaron eran de esa forma y unificaron con ese seseo. Es un problema histórico, de evolución del consonantismo: los andaluces hablan igual que ustedes.
¿Y qué pasa con el lenguaje, por ejemplo, con las inmigraciones de latinos a Estados Unidos?
Es una influencia muy grande. Se acabó de publicar un censo y es muy revelador: hay 45 millones de hispanohablantes, con un crecimiento demográfico altísimo, de tal manera que llegará un momento en que el país con más habla española será Estados Unidos, ni siquiera México. Todo esto cambia mucho, claro, pero mientras haya inmigración, que la hubo siempre, sucederá.
¿Qué palabra nueva le llamó la atención?
Hay una que me ha parecido muy reveladora. Es un chilenismo que se usa en los ambientes de la radio y la televisión: ‘cebollento’, que se dice cuando un programa —una serie o una transmisión radial— es lacrimógeno. Como si fuera una cebolla. Me pareció una imagen popular, tan descriptiva.
Se dice que el español será una de las lenguas más habladas. ¿Qué opina de esa expansión?
Ni es buen ni es malo: es una realidad social. Dependerá de las circunstancias sociales, por ejemplo, de Estados Unidos con respecto al español. La gente que es bilingüe cobra salarios más altos. La diferencia es notable. No sé cuánto tiempo se mantendrá esto. Antes era una lengua estigmatizada, ahora no. Los políticos quieren hablar un poquito de español: el alcalde de Nueva York está aprendiendo a hablar español. Eso no había ocurrido nunca. Vi un programa de CNN sobre los jóvenes hispanos en Estados Unidos. Son el 30% de la población votante. Es una población significativa.

jtorres@elespectador.com

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