“La lengua es un viaje que nunca concluye”
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Marcos Eymar (Madrid, 1979) se recuerda escribiendo desde siempre. Es un madrileño "de pura cepa que a lo largo de los años se ha ido desmadrileñizando". Cursó estudios de Filología en España y se doctoró en París. En la actualidad imparte clases en la Universidad de Orleans. Su primera novela, 'Hendaya' (Siruela), que ha suscitado respeto y elogio significativos, ganó de largo el XVI Premio Vargas Llosa y deja ver a un escritor ya, pese a su juventud, muy hecho.
“Cada palabra cuenta”, afirma quien se declara obsesionado por el lenguaje, que define como “un viaje maravilloso que nunca concluye”. “Cuando uno lleva muchos años en el extranjero”, afirma, “se va alejando de su lengua materna y comienza a tener una perspectiva distinta sobre su propio país, sobre su propia lengua y sobre su propia cultura y ese extrañamiento se refleja en la novela”. “Las fronteras sólo existen cuando las cruzamos”, dice antes de confesar: “Escribí Hendaya para reconciliarme con mi situación de expatriado”.
Ha escrito novela, relato, ensayo, traducción… ¿en qué ámbito se siente mejor, más seguro como escritor?
Lo que más he escrito han sido cuentos, un género que me fascina. Muchas veces se dice que el relato es como una preparación para la novela, pero perfectamente se podría invertir el razonamiento y considerar que la novela es una preparación para el relato. El relato es muy interesante porque exige una gran disciplina de lenguaje. Cada palabra cuenta. Hay que cuidar cada palabra en cada frase. Esa tensión creo que se percibe en la escritura de Hendaya. Por otra parte creo que es sano para el escritor cambiar de género, porque sin darse cuenta uno a veces incurre en la misma fórmula. El cambio permite seguir evolucionando.
¿Cuál ha sido su objetivo íntimo y último al escribir Hendaya?
Como he apuntado, al llevar tantos años en el extranjero uno se aleja de su idioma y eso para alguien que quiere ser escritor produce una cierta desazón porque se da cuenta de que duda sobre palabras e inconscientemente comienza a mezclar dos idiomas. En un primer momento eso da un poco de miedo porque teme perder su lengua materna, algo que hasta entonces consideraba tan inseparable de uno como pueda serlo el corazón o el color de los ojos. Escribí este libro para conjurar un poco ese miedo y también para reconciliarme con mi situación de expatriado. Me di cuenta al escribirla que esa mirada exterior sobre el lenguaje también puede ser muy interesante literariamente y dar una mayor originalidad al texto al explorar vías que no son las más habituales.
El libro también refleja una realidad sociológica que he podido observar a lo largo de todos estos años como es la de esa generación de emigrantes españoles que por razones económicas se fueron a Francia. La situación de ese tipo de emigrantes posiblemente se ha abordado menos que el exilio político de los republicanos. Cerca de un millón de españoles emigraron a Francia. Esa realidad sociológica creo que merecía ser tratada en una novela.
“Cada vez hay más personas que viven llenas de fronteras interiores”
Sobre toda la historia gravita el cuidado de la lengua y el lenguaje como algo muy trabajado, ¿como escritor está más por el fondo o por la forma?
Es obvio que tengo que estar por la unión de ambas. Los buenos libros impiden esa separación. En esta novela por supuesto he intentado armonizar fondo y forma.
Los límites, las fronteras, son otra de las cuestiones indisociables de Hendaya…
Es un tema muy interesante. La novela se publicó en México y un periodista de allí me preguntó con extrañeza por qué no hay tradición de literatura de fronteras en España. No supe que responderle pero caí en que era verdad. No es un tema central en nuestra literatura cuando hay una gran tradición de emigración en España. La frontera entre España y Francia es una de las fronteras más antiguas que existen entre dos estados-nación. Tiene un espesor histórico increíble. Goya es una de esas personalidades que se vieron obligadas a cruzar la frontera, en su caso y según parece, montado en un burro. Esa frontera tiene mucha historia y mucho drama. Eso es algo que no se puede borrar de la noche a la mañana. Aunque hoy sea invisible y se cruce sin pasar por una aduana, sigue presente.
¿Y la frontera que marca el idioma?
También, por supuesto, está la frontera del idioma. Las fronteras culturales no se pueden ignorar por mucha Unión Europea que haya. La paradoja es que la frontera existe cuando la cruzamos. Esa realidad exige reflexionar sobre qué significa atravesar una frontera, especialmente en estos tiempos en que nos hemos habituado a hacerlo sin casi darnos cuenta. Cada vez hay más personas que viven llenas de fronteras interiores porque sus padres tienen nacionalidades distintas o porque viven en un lugar distinto al que nacieron. Esa experiencia de la deslocalización es algo muy característico del mundo globalizado en el que vivimos.
“Uno se da cuenta de que nunca llega a dominar un idioma”
¿Qué supone para Marcos Eymar que Hendaya haya ganado el XVI Premio Vargas Llosa de Novela?
Este es un premio limpio. Mandé mi manuscrito sin conocer a nadie y fue una gran sorpresa y una gran alegría que me lo dieran. Esa es una de la funciones de los premios desde mi punto de vista: permitir que un texto de un autor desconocido sea leído por más personas. Para un escritor joven o relativamente joven como yo, creo que los premios son muy importantes porque permiten que sus obras lleguen a más lectores.
¿Por qué conviene leer esta novela o qué se pierde quien no lo haga?
Bueno, quizás se pierda un viaje no solo entre España y Francia, sino también un viaje a través de su propio idioma. He pretendido hacer un libro que haga viajar al lector no sólo físicamente, sino también lingüísticamente. Ver su propio idioma desde otra perspectiva distinta a la que no está acostumbrado. Proponerle un viaje por el idioma. Porque la lengua es un viaje. Uno se da cuenta de que nunca llega a dominar un idioma. Uno siempre está descubriendo y olvidando palabras. Uno está siempre redescubriendo. La lengua es un viaje maravilloso que no se acaba nunca.
“Cuando uno se encierra con el propósito de hacer una gran obra, se paraliza”
¿Siente que ha dado el salto desde el amateurismo al profesionalismo?
En literatura, profesionalismo es un término que ya casi no existe. Y en parte creo que afortunadamente porque un escritor profesional tiene muchos riesgos. En mi caso creo que no ha habido saltos porque siempre me he tomado la literatura muy en serio.
¿Está ya, literariamente, en otra cosa?
Una de las cosas aparejadas a no ser un escritor totalmente profesional es que uno siempre va con retraso con respecto a sí mismo. Tengo muchas ideas pero realmente no tengo tiempo para escribir todo lo que se me ocurre.
La primera vez que fui a París lo hice con una beca Erasmus y tuve lo que llamo el “fantasma de la buhardilla”: uno llega allí, se encierra en su buhardilla y se pone a escribir todas las horas del día. Eso fue un fracaso porque lo que escribí ese año no servía para nada. Me di cuenta de que cuando uno se encierra con el propósito y la presión de hacer una gran obra, se paraliza. En tanto que si uno tiene que trabajar y ocuparse de cuestiones domésticas u otras cosas acaba por encontrar ese momento de libertad que le permite escribir con más intensidad algo de más peso.
Visto desde Francia, ¿cómo observa el actual panorama cultural y literario español?
Estar fuera permite liberarte en parte de ese masoquismo y derrotismo que en ocasiones se percibe desde dentro. En Francia siempre comentan que la literatura actual no es la que era y aquí en España también hay un discurso negativo o excesivamente crítico. Yo lo que constato, por ejemplo, es que los suplementos culturales de la prensa española y algunos medios en internet tienen muy buen nivel. Además hay un interesante nivel creativo en España. Otra cosa es la situación económica, que es algo que me cuesta más evaluar. Además ves que el público está ahí y lee más, va más al cine, etc.
Hendaya: la obra
En un bar de la frontera entre Francia y España, un hombre acorralado imagina la explicación que dará a los asesinos que vendrán a buscarlo. “¿Cómo me embarqué en esta misión?”, se pregunta Jacques Munoz, sin eñe, hijo de una humilde inmigrante española decidida a que su hijo olvide su idioma original.
Pero la muerte de la madre despierta el interés de Munoz por la lengua prohibida, que parece encerrar todos los enigmas de su pasado. No tarda en comenzar a estudiar castellano de manera obsesiva y autodidacta y en aceptar un trabajo ilegal que lo obliga a viajar en tren de París a Madrid, cargando siempre con una misteriosa maleta. Empieza así una arriesgada aventura que abarca dos tiempos, dos ciudades y dos lenguas.
Muy pronto, Jacques se ve envuelto en la vida privada de una deslenguada madrileña empleada del Metro, en la lucha a muerte entre dos grupos de contrabandistas, en las historias de los hombres y mujeres que tuvieron que abandonar España para salvar su vida o su dignidad, en sus éxitos y fracasos…
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