PÁGINA 12 – BUENOS AIRES -CONTRATAPA
Idióticos
“El peor analfabeto es el analfabeto político. El que no ve, no habla,
no participa de los acontecimientos políticos. El que no sabe que el costo de
la vida, el precio de los garbanzos, del pescado, de la harina, del alquiler,
del calzado o de las medicinas, dependen de decisiones políticas. El analfabeto
político es tan burro que se enorgullece e hincha el pecho diciendo que odia la
política. No sabe el imbécil, que de su ignorancia política nace la prostituta,
el menor abandonado, el asaltante y el peor de todos los bandidos que es el
político corrupto y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales”.
Bertolt Brecht (1898-1955)
Desde hace casi veinticuatro siglos es
pacíficamente aceptado que el concepto de “política”, deriva del griego antiguo
y hace referencia al gobierno de las “polis”, las ciudades estados griegas. El
sufijo “tica”, en términos estrictos, se traduce generalmente como “relativo
a”, pero se ha entendido que “lo relativo a la polis” es su gobierno. Ese
sufijo es utilizado en múltiples palabras y, - en general, y sin forzar su
significado -, remiten también al concepto de gobierno.
La aceptación, difusión y popularidad
del concepto se debe a “Política”, una de las obras más conocidas del filósofo
Aristóteles (384 a.C. a 322 a.C.). Con el tiempo el “gobierno de la polis”
significó también el “gobierno del Estado”, sea este nacional, provincial o
municipal.
El mismo Aristóteles definió al ser humano
como un “zoon politikon”, esto es, un animal político que vive en un medio
social ordenado por las leyes que lo rigen. La política, en la Grecia clásica,
estaba asociada al concepto de “asuntos públicos” para diferenciarlos
nítidamente de los “asuntos privados”. Lo “político” era inherente al ciudadano
preocupado por el gobierno de la cosa pública (la “res pública” de los
romanos), y por completo ajeno a quienes sólo privilegiaban sus asuntos
privados.
Otras palabras de raíz helénica con el
mismo sufijo y que refieren a cuestiones de gobierno pasan habitualmente
desapercibidas. Un tema es un asunto o materia que se pone en consideración,
mientras que un problema es una cuestión dificultosa que se trata de aclarar.
La conducción de los asuntos públicos y sus complicaciones exigen el “gobierno
de los temas” (temática) y el “gobierno de los problemas” (problemática).
En tiempos de Pericles, (495 a.C - 429
a.C.) la administración de los asuntos públicos (polis, res pública) reclamaba,
además, que el gobernante posea la idoneidad suficiente para ejercer
adecuadamente tanto el “gobierno de las palabras” (gramática) como el “gobierno
de los números” (matemática).
Asimismo, la pericia del gobernante
debía incluir la “heurística”, entendida como el gobierno de las
investigaciones basadas en el descubrimiento, la creatividad o las innovaciones
positivas, necesarias para la resolución de los problemas políticos; la
“hermenéutica” o “gobierno de la interpretación de los textos”, imprescindible
para dar un significado unívoco a lo redactado sobre la acción de gobierno o
comprender adecuadamente los mensajes remitidos por terceros países; la
“holística”, es decir, “el gobierno de ese todo que es superior a la suma de
las partes”, en el que las partes sólo tienen sentido interrelacionadas entre
sí, careciendo de significado en forma aislada.
Podemos agregar, también la “ética”
entendida como “el gobierno de las obligaciones propias de un buen ciudadano”,
diferenciándolas de las acciones antiéticas que caracterizan al mal ciudadano;
y la “mística” que expresa “el gobierno del máximo grado de perfección y
conocimiento humanos”.
El ciudadano que no reunía tales
capacidades de gobierno de los asuntos públicos sólo le quedaba limitarse a
gobernar sus asuntos privados. En el siglo de Pericles no eran bien
consideradas aquellas personas egoístas que hacían caso omiso de las cuestiones
generales y públicas y sólo se dedicaban a cuestiones particulares y privadas.
“Idios”, en la Grecia clásica,
significaba “privado”. La “idiótica”, entendida como “el gobierno de lo
privado”, no era una actividad apreciada por los ciudadanos preocupados por los
asuntos públicos; por el contrario, llegó a tener una carga semántica tan
negativa que la palabra “idiota” –privado de la razón– deriva de la palabra que
señalaba al que sólo privilegiaba sus propios asuntos particulares haciendo
caso omiso de las cuestiones que afectan a todos los ciudadanos.
Parece obvio que gobernar lo público
reclama gobernar sus temas y sus problemas; sus palabras y sus números; con
creatividad e innovaciones positivas; conociendo e interpretando sus orígenes e
historia; conduciendo al conjunto en beneficio del bienestar general y no en
favor de unos pocos particulares; y cumpliendo con sus obligaciones públicas
con el máximo grado de perfección. Por lo menos esa era, en tiempo de Pericles,
la diferencia existente entre un político y un idiótico.
En la Argentina actual –en que la
política ha sido entusiastamente denostada por la persistente ofensiva
multimediática de las corporaciones–, la idiótica ha tomado el poder del Estado
y aprende “sobre la marcha”.
Los CEO (Chief Executive Officer o
directores ejecutivos) de las corporaciones Axion, Banco Galicia, General
Motors, Citibank, Coca Cola, Deutsche Bank, Farmacity, Grupo Clarín, HSBC, JP
Morgan, LAN, La Nación, Monsanto (ahora Bayer), Pan American Energy, Shell,
Techint, Telecom y Telefónica, entre otros grupos concentrados –esto es, la
representación más genuina de la idiótica que supimos conseguir–, han devenido
en ministros y secretarios del Poder Ejecutivo nacional y titulares de
organismos descentralizados, con el objetivo claro de optimizar las ganancias
de sus respectivas empresas y de ningún modo para impulsar políticas públicas
que beneficien al conjunto de la sociedad, especialmente, a sus sectores más
postergados.
Este es el momento de reflexionar
seriamente sobre la verdadera experticia que es necesario acreditar y,
fundamentalmente, los deberes que deberían encarnar los encargados del gobierno
de la cosa pública.
* Sociólogo-UBA.
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