Diccionario
Para proceder a la oportuna comprobación, saco de su ostracismo al Diccionario de la lengua española, vigésima edición, dos tomos, versión lujosa dentro de lo escurialense, grande, con un cartón tan duro en las tapas que ni el Aranzadi. Es el primero de la RAE que compré, recién editado hace más 30 años para, a la postre, verle sólo el canto en la estantería. Aunque ya contiene empatía, no figura aún resiliencia, y sus definiciones para plasma o portátil ignoran toda acepción tecnológica. Tampoco contempla este divino vejestorio almóndiga, dotor, toballa o arremangar, usos catetos de otros bien escritos que fueron incluidos en el diccionario hace tres años, se pronuncien con rigor o con dialectal libertad. Es cierto que la Academia "limpia, fija y da esplendor", como es su encomienda, al patrimonio común de la lengua española de una forma cada vez más tolerante, y que se cubre las espaldas ante las críticas por ello con un Vulg. delante: úselo usted, pero sepa que es vulgar, o sea, para decirlo o escribirlo bien hay otra forma. El conceto de aquel Manuel Marquiña en Airbag es un concepto aceptado en esa forma, tan gallega. No sé si es o no acertado.
La lengua evoluciona, y un idioma vivísimo y casi sin par en usuarios en el mundo como el español o castellano debe hacerlo con sus diccionarios. Le pasa como a la Iglesia católica; recuerden cuando Pablo VI toleró para los fieles la planificación familiar allá por 1968: cuánto bigotito se erizó por aquí. Mosquearse con lo que editan y actualizan los académicos no sirve de mucho con la pronunciación y, sobre todo, la grafía vulgar de las voces españolas y americanas en español: en el castellano no se pone el sol. Sólo por este hecho, la voluntad no ya de sumergirlo para que aflore el vernáculo catalán, sino de ahogarlo en los colegios o comercios con piedras de molino atadas al cuello es un disparate repleto de mala leche y, lo diré de nuevo, una catetada. Este asunto ha vuelto a la palestra la semana pasada ya que el 155 pasa por Cataluña. Muchos han tenido que sufrir en sus carnes la limpieza lingüística, la proscripción de la principal lengua del Estado, la unica común: funcionarios y profesionales allí destinados, no digamos sus hijos, sobre todo si su destino era temporal: ello hace ridículo embarcarse en aprender una lengua, la catalana, que sólo se habla en Cataluña, y no en toda. A ver qué sinónimos encuentro para totalitario en el diccionario específico, que ya consulto -y con frecuencia- sólo por internet.
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