No está claro que la conversación o el mensaje escrito (antes la carta) sean medios solo para comunicarse, para transmitir información útil o veraz. Se añaden otros fines menos nobles, como confundir o despistar a los interlocutores o los corresponsales. La prueba es que muchas de las palabras y expresiones que emitimos carecen de sentido, son un puro relleno retórico. Se pronuncian o se escriben por rutina, por inercia, sin caer en la cuenta de su adecuación a los pensamientos del emisor.
Es casi infinito el número de expresiones ociosas que se introducen en el discurso cotidiano (ahora se dice "relato"), cuando son solo muletillas para no pensar. Por ejemplo, "de hecho", "por supuesto", "a decir verdad", "de alguna manera", "en este sentido", "en cualquier caso", "a mi juicio" (con las variantes de "en mi opinión" o "a mi parecer"). No es que todo eso esté mal, lo que molesta es su constante uso a troche y moche sin especial justificación. Aunque castellanos, tales dichos provienen del inglés ubicuo. La razón es que el idioma inglés suele ser demasiado cortante y necesita como relleno de todos esos ringorrangos que nada significan por sí mismos. Además, proporcionan un cierto tono enfático para contrarrestar el estilo medroso o cauteloso que suele darse a la conversación o al texto en inglés.
La misma influencia anglicana se nota en el abuso de ciertas voces terminadas en -al, como global, marginal, exponencial, confidencial, casual, coral, informal, colateral. Son palabras perfectamente castizas, pero su uso desaforado, por influencia del inglés, resulta tan ridículo como soltar latinajos por doquier, a veces mal empleados. Que conste que esa última operación se da todavía más en los angloparlantes que quieren pasar por cultos. Por ejemplo, el famoso versus (de los procesos judiciales o las competiciones deportivas), cuando en latín significa "hacia" o "en dirección a".
Me viene a la memoria aquel soneto maravilloso de Quevedo en el que se define el amor con una serie de oximorones (contradicciones): "hielo abrasador, fuego helado, herida que duele y no se siente", etc., para concluir en "que todo es contrario de sí mismo". Sin llegar a tales excelsitudes, en el habla corriente abundan las expresiones contradictorias: amor propio, médicos sin fronteras (ejercen detrás de algunas fronteras de difícil acceso), médico de cabecera (no suele acudir a la cabecera del enfermo), tiro de gracia (el que definitivamente mata al reo), universo infinito, vida eterna (antes se decía "vida perdurable", que era más apropiado), cerveza sin alcohol, inteligencia artificial, sangre fría, vergüenza ajena, persona desalmada, guardia civil, lobo solitario (los lobos son gregarios), salida (o puesta) del Sol, seguro de vida (cuando realmente es de muerte). A los madrileños ya no nos llama la atención que la Plaza de Oriente se encuentre en el costado occidental de la ciudad. Tampoco nos importa mucho que haya una Carretera de la Playa o que la Plaza de la Villa sea una humilde plazuela.
Una figura parecida es el pleonasmo, esto es, la calificación innecesaria que se atribuye a un sustantivo. Por ejemplo, duda razonable, bar de copas, agua mineral, economía doméstica, protagonista principal, etc. ¿Por qué se remacha con un matiz que no añade gran cosa? Porque lo más fácil es sacar a colación una expresión hecha; así no pensamos mucho.
Más grave es la moda de una serie de sintagmas manidos de la actual política, que realmente significan lo contrario de lo que parecen indicar. Por ejemplo, Comisión de la Verdad (todo es mentira), Justicia Universal (parcialísima como es), víctimas del franquismo (para no hablar de "víctimas de la República"), violencia de género (uxoricidio), diálogo (ya no se sabe lo que quiere decir).
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