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segunda-feira, 15 de outubro de 2012

CALIDAD Y TRADUCCIÓN (segunda parte)



En la primera parte de este artículo (número 85 de PUNTOYCOMA) presenté un instrumento para medir la calidad de las traducciones, cuya principal característica, y tal vez la más dada a la polémica, es la distinción que hace entre errores aditivos y no aditivos. Los errores de semántica no son aditivos, de forma que uno solo de ellos determina el nivel de calidad de toda la traducción. Dentro de ese nivel, la calidad podrá alcanzar un valor numérico u otro en función del peso y de la frecuencia de los errores aditivos, que son todos los demás.
Mi objetivo en esta segunda parte es demostrar que el instrumento de medida que se propone cuenta con el suficiente respaldo teórico y metodológico como para que su utilidad se pueda aceptar sin demasiados reparos.
El instrumento de medida
A todo instrumento de medida se le deben exigir, al menos, validez, sensibilidad y fiabilidad. Veamos, pues, hasta qué punto posee el nuestro estas tres características.
Validez. ¿Mide realmente aquello que queremos medir?
Con la única excepción de los neologismos para los que todavía no exista una traducción aceptada, la respuesta es SÍ, porque disponemos de suficientes referencias terminológicas y de otro tipo para identificar los errores en la traducción.
Sensibilidad. ¿Es capaz de detectar mínimas diferencias de la variable que medimos?
La respuesta, por definición, es SÍ. De hecho, la sensibilidad del instrumento está determinada básicamente por el número de opciones que admite en la medición (algo así como el número de decimales de una balanza). Así pues, la sensibilidad se decide en la fase de diseño y se pone a prueba durante la fase de ensayo previa a la aceptación del instrumento. Es en esta fase cuando hay que asegurar el mayor acuerdo interjueces posible, objetivo que solo se alcanzará si las opciones se han definido con precisión, y si además son exhaustivas y mutuamente excluyentes.
Fiabilidad. ¿Los resultados son independientes de la situación y del momento en que se lleva a cabo la medición?
Aquí tenemos que reconocer que el instrumento, o mejor dicho, su aplicación, presenta los mismos problemas que cualquier instrumento no automático, ya que el evaluador que lo maneja no es inmune a la fatiga, a la distracción, o al estrés. Estos y otros factores imputables al evaluador están sujetos a variaciones y tienen, sin duda, un reflejo en el resultado de la medición.
No obstante, a pesar de los problemas de fiabilidad, me parece que la utilidad de este instrumento no puede negarse solo porque requiera un manejo cuidadoso. En todo caso, habrá que garantizar que el evaluador posee el adecuado nivel de conocimientos y experiencia, y asegurar al mismo tiempo unas condiciones de medición que hagan mínima la probabilidad de cometer fallos.
El resultado de la medición
Se trata ahora de comprobar si efectivamente el resultado obtenido con este instrumento es una buena medida de la calidad de la traducción. En este punto, nuestro instrumento puede suscitar una duda razonable: ¿Por qué los deméritos penalizan toda la traducción, y además lo hacen sin tener en cuenta su frecuencia? Para dar respuesta a esta cuestión hay que decantarse por uno de estos dos planteamientos teóricos:
a. la traducción, como texto, es un todo unitario
b. la traducción, como texto, es un agregado de partes.
Yo defiendo la tesis de que una traducción es un todo unitario, y lo hago apoyándome en los siguientes argumentos:
Todo texto tiene como finalidad que alguien lo lea. Como consecuencia de la lectura, se produce en el lector inevitablemente una respuesta en forma de opinión, decisión, actitud, etc. Esta respuesta es unitaria, y lo es porque el lector ha convertido el texto, al leerlo, en una unidad. Es él quien integra los significados de cada elemento del texto y cambia su opinión respecto al uso de aerosoles (artículo en una revista de divulgación científica), o modifica su actitud hacia los minusválidos (reportaje en una revista semanal), o toma la decisión de comprar un determinado producto (folleto publicitario), o de votar a un partido político (programa electoral).
En un texto de seis frases, un error de traducción en la tercera de ellas no puede dar como resultado una calidad 5/6, puesto que el significado del párrafo equivocado puede influir en la interpretación de los otros, y por lo tanto, afectar a todo el texto.
En el proceso de traducción (y posterior revisión), el traductor busca activamente el contexto, y para ello rastrea en los párrafos o frases anteriores y posteriores cuando se encuentra, por ejemplo, ante una palabra polisémica. En ese momento no se pregunta por el significado de esa palabra, o por el significado de esa palabra en esa frase, sino por el significado de esa palabra en ese texto. Lo que está tratando de hacer es percibir el texto como un todo. Me gustaría ilustrarlo con un ejemplo. Supongamos que se debe traducir el título «La naturaleza engendra monstruos». El significado de este título no habría que buscarlo en el propio título, sino fuera de él, precisamente en el texto al que pertenece. Es el texto el que da significado a este título (otras veces es justamente al revés), de forma que no podrá traducirse antes de haber leído aquel en su totalidad. ¿Se trata de una crítica feroz a una persona? Entonces monstruo significa una cosa y tiene una traducción. ¿Se trata, por el contrario, de una muestra de admiración hacia una figura del deporte? Entonces monstruo tiene un significado diferente y su traducción es otra.
Aceptando este planteamiento, es fácil entender la lógica en la que descansa el doble sistema de calificación que se ha propuesto aquí. Por un lado, los errores que interactúan con otros elementos del texto le afectan por completo (deméritos), y por otro lado, los errores que no interactúan con otros elementos del texto se ponderan y se acumulan. El hecho de que la frecuencia de deméritos a partir de n = 1 no influya en el resultado es consecuencia del planteamiento de que hemos partido, es decir, de la consideración de la traducción como un todo. Quizá sea útil un símil. Los desperfectos observables en una bola de billar (el todo unitario) se pueden dividir en aditivos y no aditivos. Las rayas, manchas, fallos del color o picaduras son errores aditivos, unos más graves que otros (ponderación), y unos más numerosos que otros (cuantificación). En cambio, una abolladura, una sola, ya sitúa a toda la bola en una categoría, digamos B = la bola rueda dando saltos, del mismo modo que un aplanamiento de la superficie la sitúa en otra categoría, digamos C = la bola se para. Estos últimos serían los errores no aditivos.
El único problema que se nos puede plantear en este momento es el del volumen del texto. Es evidente que, por razones prácticas, no podemos tomar un texto de 500 páginas como unidad y, por razones teóricas, no podemos clasificar su calidad en la categoría B solo porque hay una frase mal traducida en la página 48. Afortunadamente existen técnicas de muestreo compatibles con los planteamientos expuestos en este trabajo. Es tarea del evaluador elegir una u otra en función de los objetivos y de las limitaciones de su plan de control de calidad.
Nota final
La traducción no es una ciencia exacta, pero tampoco es arte abstracto. Existe la necesidad de ir introduciendo en la práctica de la profesión elementos de objetividad, por mucha polémica que susciten. La traducción tiene, sin duda, su vertiente artística y creativa, pero también tiene su vertiente profesional, y es aquí donde debe dotarse de herramientas capaces de darle un nivel de tratamiento y elaboración equiparable al de otros productos del trabajo. La medición de la calidad es uno de los retos a los que debemos hacer frente los traductores. Tendremos que empezar haciendo concesiones y admitiendo la utilidad de la estadística y de los planes de muestreo; tendremos que seguir automatizando muchos procesos, y confiar a la informática problemas de traducción que hasta hace muy poco solo era capaz de resolver con éxito un cerebro humano. En cualquier caso, solo el rigor en los procedimientos y en la metodología podrán situar la profesión en el nivel de reconocimiento que todos queremos que alcance.
Referencias
http://universum.utalca.cl/contenido/index-86/rojas.htmlhttp://www.ntu.edu.au/education/csle/student/jang/jang0.htmlhttp://www.nist.gov/speech/tests/mt/doc/ngram-study.pdfhttp://www.ifi.unizh.ch/cl/volk/papers/LREC2000.pdfhttp://www.erudit.org/revue/meta/2001/v46/n2/003141ar.pdfhttp://www.unilat.org/dtil/MEXICO/dieguez.htmlhttp://www.bib.uab.es/pub/quaderns/11385790n1p65.pdf
Andrés López Ciruelos
Traducción médica. Alemania
minus3plus4@t-online.de

FUNDÉU RECOMIENDA...


Recomendación del día


jibarizar, un verbo adecuado

El término jibarizar significa ‘reducir, disminuir’, generalmente con connotaciones negativas, y es un verbo bien formado que proviene de una metáfora que alude a la práctica del pueblo jíbaro de cortar las cabezas y reducirlas.

Cada vez es más frecuente ver este verbo o su correspondiente sustantivo jibarización en los medios de comunicación, como en «El presidente defenderá la jibarización del mastodóntico sector público» o «Los empleados han visto como su sueldo se ha jibarizado».

Aunque el Diccionario académico no registra todavía esta voz, sí la recoge el Diccionario del español actual (de Seco, Andrés y Ramos) con la definición de ‘reducir el tamaño de algo’.

Ocasionalmente se usa la forma jivarizar, a partir de jívaro, una variante ortográfica con cierto uso del nombre del pueblo, aunque no recogida en el Diccionario académico, que solo da jíbaro.

domingo, 14 de outubro de 2012

CALIDAD Y TRADUCCIÓN (Primera parte)


Definición de calidad
En todas las ramas del saber existen dos clases de definiciones: aquellas que nunca se van a poder comprobar y aquellas que sí. Las primeras pertenecen al mundo de lo que podríamos denominar pseudociencia, y las segundas pertenecen al campo de las ciencias, en el que quisiera enmarcar este pequeño trabajo. Y en este campo, hacer una definición es adquirir un compromiso, puesto que lo que definamos se tendrá que poder medir después. ¿Confuso? Voy a decirlo de otra forma. Si decimos que una traducción es «bastante buena, aunque le falta algo de coherencia al texto y el estilo es mejorable», estamos hablando de la calidad de la traducción, pero en clave de pseudociencia. En realidad, nunca sabremos si esta traducción es mejor o peor que otra «bastante buena también, aunque con más sentido de la estructura, mejor articulada y menos vaga en los adjetivos». Si lo que queremos es saber la calidad que tiene una traducción, no nos queda más remedio que medirla, y dado que todo lo que se mide, se mide en relación con un patrón, habrá que hacer tres cosas: definir qué es calidad, decir con qué patrón se va a medir, y medirla.
En casi todas las actividades de producción, la tarea es relativamente sencilla. Se define la calidad como el grado de similitud entre lo que se fabrica y un patrón ideal, con sus dimensiones, su peso, su color y su composición química, por poner un ejemplo. A continuación se miden estas características en el producto acabado y listo.
Sin embargo, en el caso de la traducción, la tarea se complica un poco. En primer lugar, porque el texto cuya calidad queremos medir no tiene un patrón de referencia, sino dos: el texto original y el idioma de destino. En segundo lugar, porque algunas de las características que definen la calidad de la traducción son en cierto modo intangibles.
Voy a definir aquí la calidad de la traducción del siguiente modo:
«La calidad de una traducción es el grado de similitud entre los significados del texto terminal y el original, y el grado de ajuste entre el texto terminal y las normas lingüísticas del idioma de destino.»
Quizá alguien se haya preguntado por qué he tenido en cuenta las normas lingüísticas del idioma de destino a la hora de medir la calidad de la traducción. La respuesta parece sencilla: el traductor ha cometido errores en su propio idioma porque está traduciendo. Si esto fuese cierto, la cuestión estaría zanjada. Pero no siempre es así. Por poner un ejemplo, una falta de ortografía solamente será imputable a la traducción si el traductor no la comete cuando redacta en español. Dicho de otra forma, la diferencia entre el número de faltas de ortografía que comete un traductor cuando traduce y el número de ellas que comete cuando redacta en su propio idioma puede deberse con bastante probabilidad al proceso de traducción, y por lo tanto sería justo tenerlas en cuenta al medir la calidad. Sé que este planteamiento nos llevaría demasiado lejos y, como no es mi intención convertir la medición de la calidad en un trabajo de laboratorio, iré directamente al grano.
Cómo se mide la calidad de una traducción
Primer paso
Hemos dicho que la calidad se mide por referencia a un patrón ideal. Normalmente ese patrón no se toma como modelo en su totalidad, sino que de todas sus características se extraen como referencia solamente aquellas que resultan relevantes para lo que estamos produciendo, en este caso la traducción. En traducción, los patrones ideales son el texto original y el idioma de destino. Son patrones porque sirven como punto de referencia y son ideales porque el texto original es justamente lo que queremos reproducir fielmente, y el idioma de destino contiene todas las normas que deseamos que cumpla nuestro texto traducido.
Respecto al texto original, las características que nos interesa tomar como referencia son:
• los significados
• el número de unidades semánticas
• el estilo
Digo «los significados» en plural pensando en que un texto no solamente transmite el significado más o menos literal de sus palabras, sino también un significado intencional, simbólico, situacional, o como se le quiera llamar, que también tiene que estar presente en la traducción. El significado literal de una carta puede ser el de disculpa, y sin embargo la forma en que está redactada puede dejar en el lector la sensación de reproche.
El número de unidades semánticas es un criterio objetivo, y sin embargo discutible, con el que me refiero al número de significados diferentes expresados en el original. Por poner un ejemplo, alguien podría defender que «total y absolutamente» expresa dos ideas. Eso es cierto objetivamente hablando, puesto que lo total no es lo absoluto, pero puede discutirse si lo analizamos desde otros puntos de vista. Sería cierto si hablamos de un cantante que cautivó al público total (por ejemplo, del todo) y absolutamente (por ejemplo, él solo). Sin embargo, no sería cierto si decimos que «estoy de acuerdo total y absolutamente».
En cuanto al estilo, es necesario decir que la traducción deberá transmitir los mismos matices que el original, si bien adaptados a la mentalidad y a la cultura de los lectores. Un texto que diga The motor may produce noises that could interfere with the user's working no se debería traducir por «El motor hace un ruido del demonio, y así no hay quien trabaje», pero quizá tampoco sería acertado traducirlo por «El motor genera unos niveles acústicos que podrán interferir con la actividad ergonómica del usuario».
Respecto al idioma de destino, las características que nos interesa tomar como referencia son:
• Ortografía
• Gramática
• Sintaxis
• Terminología
Como errores no se prestan a mucho comentario, pero sí como síntomas. La experiencia que ya empiezo a acumular en este oficio me dice que los errores cometidos en este apartado se deben a una de las siguientes razones:
• El traductor no conoce su idioma suficientemente
• El traductor ha buscado una expresión «rara» para mejorar el texto
• El original era complicado y el traductor ha buscado una solución de urgencia
Segundo paso
Una vez definidas las características que nos servirán de referencia, tenemos que concretar qué unidades vamos a utilizar para medirlas en nuestra traducción y dividirlas en dos grupos: las que se pueden contar y las que no. Se pueden contar, por ejemplo, las faltas de ortografía, o las supresiones y añadiduras. Los errores de significado también se pueden contar, pero lo que nos interesa no es saber cuántos contiene una traducción, sino lo graves que son. Esto nos obliga a establecer un sistema de deméritos, que podría ser el siguiente:
Errores muy graves: el original y la traducción tienen significados opuestos (por ejemplo, traducir turn on the light por «apagar la luz»).
Errores graves: el original y la traducción tienen significados diferentes (por ejemplo, traducir turn on the light por «darse la vuelta con ligereza»).
Errores leves: el original y la traducción tienen significados parecidos (por ejemplo, traducir turn on the light por «activar el interruptor»).
No obstante, si alguien considera que es peor omitir un acento que una 'h', puede establecer también el correspondiente sistema de deméritos para las faltas de ortografía. Mi opinión es que nos debe salir más económico medir la calidad de una traducción que hacerla. Por esa razón me parece suficiente establecer un sistema de puntos para las características que se pueden contar, y un sistema de deméritos para las que no.
Ejemplo práctico
Queremos medir la calidad de una traducción técnica. Si cumple todos los requisitos que hemos comentado anteriormente vamos a asignarle una calidad 100, y además la vamos a clasificar en el grupo A. De lo contrario, esa puntuación irá decreciendo de acuerdo con la siguiente tabla de evaluación:
Tipo de error Descripción del error Penalización por cada error
significados opuestos
diferentes
parecidos Grupo D
Grupo C
Grupo B
unidades semánticas omisiones
añadiduras -10 puntos
-5 puntos*
estilo parecido
diferente Grupo B
Grupo C
ortografía cualquier falta -5 puntos
gramática cualquier error -10 puntos
sintaxis cualquier error -5 puntos
terminología cualquier error -15 puntos*
imprecisiones cualquier error -5 puntos
* Normalmente, las añadiduras que encontramos en las traducciones son pequeñas aclaraciones que hace el traductor, como experto en el tema que traduce, a fin de hacer más comprensible un texto que quizá en el original resulte confuso. Por ese motivo, no se penalizan tanto como las omisiones. Por otro lado, los errores de terminología se penalizan más que otros por tratarse de un texto técnico.
La traducción es la siguiente:
Inform the user that the knocking sounds during the measurement are caused by switching the coils on and off.
Informe al usuario que los golpes que escuchará durante la medición son causados por la conexión y la desconexión de los debanados.
Tipo de error Descripción o cantidad Penalización
significados opuestos
diferentes
parecidos Grupo B
unidades semánticas omisiones
añadiduras -10 puntos
-5 puntos*
estilo parecido
diferente Grupo B
Grupo C
ortografía c1 -5 puntos
gramática 1 -10 puntos
sintaxis
terminología 1 -15 puntos
imprecisiones 1 -5 puntos
Esta traducción quedaría clasificada en el grupo B con 65 puntos.
En primer lugar, el traductor asume innecesariamente un riesgo al traducir knocking sounds por «golpes», pudiendo haber dicho algo así como «ruidos similares a golpes». Se comete un error ortográfico al escribir «debanado» con b, un error gramatical en «informe... que», cuando lo correcto es «informe... de que», un error de terminología en «devanados», que deberían ser «bobinas», y una imprecisión al decir que el usuario «escuchará» golpes, cuando habría sido mejor decir «oirá».
El sistema de puntuación que acabo de comentar asigna a los errores valores absolutos y los acumula en forma de puntuaciones directas. Una de las ventajas de este sistema es su sencillez, pero en cambio presenta algunos inconvenientes. El principal de ellos es el sesgo a favor de las traducciones cortas, que por efecto de la probabilidad contendrán menos errores que las largas. Este problema se podría resolver indicando el tamaño de la traducción junto a su nivel de calidad. Lo que ocurre es que comparar una traducción B 74 (250 palabras) con otra C 65 (380 palabras) puede suponer algo más que un simple trabajo rutinario. Mi opinión es que la calidad de dos o más traducciones se debe poder comparar de un vistazo sin necesidad de operaciones intermedias. Esto se consigue computando los errores en términos de porcentajes. Como los porcentajes se pueden comparar entre sí, también se podrán comparar los niveles de calidad obtenidos por diferentes traducciones, independientemente de su tamaño. Lo único que debemos definir claramente en este punto es la unidad de medida. Yo soy partidario de utilizar como unidad la palabra. Casi todos los programas que utiliza el traductor disponen de una función para contar palabras. Si el programa nos ofrece además la posibilidad de contar el número de frases, no habría inconveniente alguno en tomarlas como unidad de medida para calcular, por ejemplo, el porcentaje de errores de sentido.
La tabla que aplicaremos, tomando en este caso la palabra como unidad de medida, es la siguiente:
Tipo de error Cantidad Porcentaje Penalización Resultado parcial
Significados opuestos -50
Significados diferentes -30
Significados parecidos -20
Omisiones -10
Añadiduras -5
Estilo parecido -20
Estilo diferente -30
Ortografía -5
Gramática -10
Sintaxis -5
Terminología -15
Imprecisiones -5
____________________
Resultado total 100
Este podría ser el resultado de una traducción de 500 palabras que contiene dos omisiones.
Tipo de error Cantidad Porcentaje Penalización Resultado parcial
Omisiones 2 0,4 -10 -4
En la columna «Cantidad» hemos anotado «2». A continuación hemos calculado qué porcentaje suponen esos dos errores en un texto de 500 palabras (2 / 500 x 100) y hemos anotado el resultado (0,4) en la columna «Porcentaje». Después hemos multiplicado este porcentaje por su correspondiente penalización y hemos llevado el resultado (-4) a la columna «Resultado parcial». Por último, sumando todos los resultados parciales obtendremos un valor que reflejará el nivel de calidad de la traducción. Respecto a las penalizaciones, deseo aclarar que también puede adoptar el signo positivo, siguiendo la lógica de que «cuanto menos, mejor». En tal caso, la mejor traducción no sería la que obtuviera 100, sino 0 puntos. Si alguien prefiere seguir la lógica del «cuanto más mejor», puede otorgar de entrada 100 puntos a la traducción y restarle al final los obtenidos tras la evaluación.
El planteamiento de esta tabla es bien sencillo: los errores se expresan en porcentajes y, como no todos son igualmente graves, aplicamos a cada uno de ellos su correspondiente factor de penalización. Finalmente, si la calidad se mide con el objetivo de tomar decisiones, es aconsejable establecer unos valores límite de aceptación junto a aquellos errores que consideremos más graves. Así, aunque una traducción haya obtenido una buena puntuación general, no será aceptada si sobrepasa el límite de aceptación, por ejemplo, en el apartado «significados opuestos».
Nota final
Con esta pequeña aportación he pretendido solamente transmitir la idea de que la calidad de la traducción se puede medir, y he intentado dejar caer una gota de objetividad en un campo tan dado a la opinión como este. Nunca me ha parecido un disparate considerar la traducción como un servicio, con su cliente, su proveedor, su precio y, por qué no, su calidad.
Andrés López Ciruelos
Traducción médica. Alemania
minus3plus4@t-online.de
FUENTE: http://ec.europa.eu/translation/bulletins/puntoycoma/85/pyc854_es.htm

EL PERFIL DEL TRADUCTOR







Esta lista define el perfil del traductor.
¿Se sienten identificados? Yo sí, ¡jajaja!, y mucho.


1. Pasión patológica por las palabras.
2. Obsesión por toda clase de diccionarios.
3. Curiosidad inagotable.
4. Pensamiento lateral. Aunque esto valdría para casi todas las profesiones, en general...
5. Conocimientos transdisciplinarios, cultura general.
6. Voluntad y paciencia para negociar con los clientes.
7. Una red de apoyo e intercambio de información (colegas, foros, etc.).
8. Visión crematística de la profesión.
9. Habilidad para la tecnología.
10. Ser un estudiante/estudioso crónico.
11. Equilibrio entre seguridad en sí misma y reconocimiento de aprendizajes pendientes y retos de cada texto.
12. Amor al detalle.
13. Capacidad de pensar más allá (think outside the box, para usar un cliché), de retar las normas establecidas, doblegarlas, investigarlas y sacar nuestras propias conclusiones, en oposición a aceptar las cosas como son «porque así son».
14. Amor por la lectura. (¿Está de más mencionarlo?).
15. ¡Saber dos o más lenguas! Y capacidad de utilizar activamente al menos una de ellas (¡nadie lo había mencionado todavía!).
16. Dominar a la perfección las lenguas de trabajo.
17. Pasión casi patológica por el trabajo (no hay lunes, no hay domingos... todos los días son laborables).
18. Muy buena organización de los tiempos.
19. Temple de acero para enfrentar a la Ley de Murphy (servidores que se caen, apagones de luz en todo el país, etc.).
20. Facilidad para transformarse en médico, ingeniero, agricultor, experto en moda, pastelero, viajero, historiador, etc.
21. Saber vender las 21 cualidades anteriores (y las que sigan).
22. Conocer (y bien a fondo) la cultura de los clientes para que el trato sea más positivo para las dos partes.
23. Conciencia del cuerpo y atención a la salud en general. Auto cuidado.
24. Sentido de autocrítica.
25. Capacidad de distanciarse del trabajo hecho y preguntarse: ¿pero realmente esto se diría así?
26. Amigos y familia comprensivos que entiendan que estar en casa NO significa estar ocioso y que te perdonen por no poder ir al cine un sábado porque tienes que trabajar (porque así lo has elegido). Si encima te preparan té en los momentos de agobio, entonces ya es lo máximo.
27. Respeto y fascinación por la diversidad cultural.
28. Sabiduría (y valentía) para relacionarse con los diccionarios: casi siempre nos ayudan, pero no debemos pegarnos a ellos dogmáticamente. A veces, no nos ayudan. A veces, nos entorpecen. Un traductor debe saber usar el diccionario.
29. Ser un buen escritor (en camino de convertirse en excelente).
30. Conocimiento profundo de la cultura de los idiomas que traduce.
31. Agilidad mental.
32. Dominio de por lo menos una especialidad.
33. Carrera universitaria y/o capacitación profesional de alto nivel y/o experiencia demostrada.
34. Habilidad para los negocios.
35. Adaptabilidad.
36. Mantenerse constantemente actualizado.
37. Respetarse y respetar la profesión.
38. Humildad para saber cuándo es mejor decir que no a determinada especialidad, a determinado par de idiomas, a determinado volumen en determinado plazo. No para decir que sí y cobrar menos "porque estoy empezando".
39. Dotes de investigación y documentación. Saber dónde buscar, cómo buscar, y cómo cribar fuentes.
40. Intuición para detectar las trampas de un texto, e incluso los errores conceptuales (ya estén en una frase, EN UNA CIFRA, O EN UN GRÁFICO).
41. Plantearse la sostenibilidad de la profesión. Actuar no solamente para vivir hoy, y mañana, y el mes que viene, sino pensar en poder seguir haciendo lo mismo en 10-20 años.
42. Capacidad para ponerse varios gorritos según la circunstancia: el gorrito de currante, el gorrito de secretario, el gorrito de vendedor, el gorrito de negociante... y el gorrito más importante de todos: el de gerente.
43. Apegarse fielmente a un código de ética (como el de la ATA, por ejemplo).
44. Ser conscientes en todo momento de por qué traducimos como traducimos y no vacilar en fundamentar y defender ante el cliente o el corrector el porqué de nuestras elecciones.

FUENTE:http://albatraductora.blogspot.com/2008/03/perfil-del-traductor.html

sábado, 13 de outubro de 2012

LA UNIÓN EUROPEA

Con 23 idiomas, la UE suele hablar inglés
11 de Oct., 2012




El Defensor del Pueblo europeo critica la política lingüística restrictiva
La reclamación de un abogado español remueve la política lingüística de la Comisión Europea. El Defensor del Pueblo le da la razón cuando argumenta que los ciudadanos no pueden participar en consultas públicas que no pueden entender, porque suelen estar disponibles solo en inglés o, como mucho, también en francés y alemán. Cuestión de tiempo y dinero, dicen en Bruselas.
Muy frecuentemente, antes de adoptar una iniciativa legislativa, la Comisión Europea abre consultas públicas para que opine cualquier ciudadano, asociación o institución. La web «Tu voz en Europa», disponible en español, remite a las consultas abiertas o ya realizadas, todas escritas en inglés y solo en algunos casos en otros idiomas oficiales de la UE, que habitualmente son francés y alemán.
En este caso, el reclamante español se refería a las consultas sobre una nueva iniciativa para apoyar a las pequeñas y medianas empresas y sobre la libre circulación de trabajadores. Adujo que la política lingüística de la Comisión era arbitraria y contraria a los principios de apertura, buena administración y no discriminación. No se puede esperar que los ciudadanos europeos participen en la toma de decisiones que no pueden entender.
El Defensor del Pueblo Europeo, Nikiforos Diamandouros, respalda su opinión y comparte la postura del Parlamento Europeo que ha adoptado recientemente una resolución por la que insta a la Comisión a revisar su restrictiva política
lingüística para salvaguardar los derechos de los ciudadanos. Se trata, dice, de la participación ciudadana en la vida democrática de la UE y eso está garantizado por el Tratado de Lisboa.
Por tanto, el Ombudsman acusa a la Comisión Europea de mala administración y anima al ejecutivo comunitario a publicar los documentos de sus consultas públicas en los 23 idiomas de la UE o a proporcionar traducciones previa solicitud.
La Comisión ya ha rechazado esa recomendación. Aduce que el principio de multilingüismo está condicionado por las limitaciones de tiempo y por los recursos económicos. Para Bruselas, los ciudadanos no tienen un derecho legalmente establecido de acceder a los documentos de consulta en todos los idiomas de la UE.

EL IDIOMA ESPAÑOL EN LA CIMA DEL UNIVERSO














La lengua de Cervantes reina tras el mandarín y, por vez primera, delante del inglés entre las 7.000 que existen
FUENTE: ABC. 11/10/2012 - ANTONIO ASTORGA / MADRID

El español como huso idiomático ha alcanzado ya el rango de segunda lengua franca en este siglo. Sin pinganillos, el español es una fiesta. Gracias al rápido crecimiento del número de personas que tienen el español como idioma materno y, sobre todo, al innúmero incremento de los que lo adquieren como segunda o tercera opción lingüística, el español no solo camina firme por fuertes y fronteras entre el póker de las lenguas mundiales o mayores —chino, inglés e indi—, sino que se afirma como segunda lengua de comunicación internacional o de intercambio.
Según el exhaustivo proyecto de investigación «El valor económico del español», que ha dirigido el catedrático de Economía José Luis García Delgado para la Fundación Telefónica, el detalle de la demografía del español distingue entre los hablantes como grupo de dominio nativo, formado por 402 millones de personas, y los que emplean el español con competencia limitada, en torno a los 25 millones. Si a estas cifras añadimos la estimación de los aprendices del idioma, los hablantes de español alcanzarían los 439 millones de personas. Unos seres humanos con un poder de compra —si le atribuimos la renta media de sus países— en torno al 9 % del Producto Interior Bruto mundial. El español reina.
Según la prestigiosa revista «Ethnologue, Languages of the World, 16th ed., 2009», el español (328.518.810) principia la segunda década del siglo XXI como segundo idioma en el ránquin internacional de lenguas: detrás únicamente del chino (1.212.515.844) y delante del inglés por primera vez (328.008.138). En Estados Unidos hablan español48 millones de almas, frente a los 35,2 millones en 2000. Hay más de 18 millones de estudiantes de español por el mundanal ruido.
El Instituto Cervantesha pasado de matricular a 104.000 hispano-amantes en 2005 a más de 210.000 hoy. El español tiene imán. Se han duplicado los Diplomas de Español como Lengua Extranjera, que concede el Cervantes: de 31.500 a 57.000 en cinco años. Desde hace nueve años, España es el país que acoge más estudiantes europeos del programa Erasmus para mejorar su español: 33.200 alumnos en 2008 (Francia 24.600 y Alemania, 22.000). La estancia media es de 6,5 meses dejando 135 millones de euros en las arcas.
Entre los años 2000 y 2007, el valor económico del español en elProducto Interior Bruto (PIB) aumentó en un punto porcentual —del 14,6 al 15,6 %—, lo que traducido al dorado metal significa un salto desde los 92.000 millones de euros (92 millardos) a los 164 millardos. Como conducto vehicular de comunicación, casi 500 millones de personas hablan español en 21 países. ¿Qué supone esta altísima clasificación para nuestro idioma? Por decirlo «al modo orteguiano», sostiene García Delgado, «esta segunda posición mundial supone un abanico enorme de posibilidades culturales y sociales, y una fuente caudalosa de oportunidades económicas. ¿Para quién? Para las industrias culturales, para los intercambios financieros, para la internacionalización empresarial, para los movimientos migratorios, para todas las actividades que están relacionadas con la enseñanza del español como lengua extranjera... Una lengua multinacional que equivale «a una valiosísima renta de situación y a una ventaja competitiva de extraordinario potencial».
La lengua franca que no duerme
Crece muy rápido el número de hablantes de español: «La ventaja del inglés como efectiva lingua franca no es, hoy por hoy, neutralizable por ninguna otra; a lo que sí puede aspirar el español es a la condición de segunda lengua franca, complementaria del inglés, objetivo ambicioso pero no irrealizable, señala el exrector de la UIMP. La lengua española está mejor situada en la parrilla de salida para alcanzar ese objetivo que el francés, alemán, ruso, italiano o árabe», ausculta García Delgado..
La enseñanza del español se desliza sin frenos. Hay más de 18 millones de estudiantes del idioma de Cervantes en todo el orbe, y se estudia en más de cien países (ochenta no hispanohablantes). Las principales economías que hablan español (mexicana, chilena, colombiana, argentina, peruana...) conocen vigorosos procesos de internacionalización empresarial. El desarrollo económico y desempeño democrático los hace más atractivos. Su stendhaliano espejo es la España que caminó hacia la democracia.
Para el año 2050 se calcula que el censo de hablantes de español en Estados Unidos será de 132.800.000 personas: se iluminará así el primer faro hispanohablante, por delante de México. La lengua que nunca duerme en la ciudad que nunca duerme, Nueva York. José Luis García Delgado sitúa a EE. UU. como la gran frontera-norte del español, el territorio de promisión más importante: «Que, en dos generaciones, un tercio del país más rico y poderoso del planeta hable español dibuja un horizonte magnífico. Habrá que trabajarlo. Hoy, el español en ciudades como Nueva York, que conozco bien, es ya lengua de calle, pero no lengua de despachos profesionales ni de negociaciones empresariales. Nada se regala, ni el estatus de las lenguas».
En Internet, el español es la lengua más usada: fuman la «pipa de la paz» del castellano más de 136 millones de personas, convirtiéndose así en la segunda lengua internacional en la Red. El español surca cual alféizar los países nórdicos, Europa Oriental, Italia Grecia...: aprenderlo allí es como el rayo de Miguel Hernández: no cesa. En América, sobre todo en Brasil, que constituye otra gran tierra de promisión para el español, según García Delgado, «afortunadamente ya plasmándose en hechos, en realidades, a partir de la apuesta del gobierno brasileño de incorporar obligatoriamente al «ensino medio» la oferta del español».
En Brasil se ha pasado del millón de estudiantes de español en 2006 a cinco millones en 2011. Está previsto que estudien español 11,5 millones de alumnos. Filipinas quiere recuperar la lengua que hablaban los últimos de... y ha incorporado la enseñanza del español en la Educación Secundaria: en 2013 se generalizará el español. Hoy, el español comienza a aportar ventajas salariales y laborales a quienes en Estados Unidos lo dominan bien a la vez que dominan bien el inglés. «Es ese doble dominio lo que da ventajas. Y acaso lo que comience a ser un elemento de distinción social entre las gentes con cierto nivel de formación», apunta el profesor García Delgado, que considera que el español no tiene techo: «No tiene por qué. No lo tuvo el latín en su época, ni lo está encontrando el inglés. Ojalá que hagamos lo necesario —en los terrenos cultural, económico, institucional— para que tampoco lo tenga el español».

EL LENGUAJE EN EL TIEMPO









COMA EXPLICATIVA

Las comas explicativas encierran incisos, que son palabras o frases cortas no esenciales a la idea de la frase, pero convenientes para una mejor comprensión del texto.
«Pedro Pérez, estudiante de Derecho, ganó el Premio de Cuento ABC». Observe que en este ejemplo el modificador explicativo encerrado entre comas se puede eliminar, sin que lo esencial de la idea se pierda: «Pedro Pérez ganó el Premio de Cuento ABC».
Los signos equivalentes a las comas explicativas son los paréntesis y los guiones mayores o rayas: «Pedro Pérez (estudiante de Derecho) ganó el Premio de Cuento ABC» o «Pedro Pérez -estudiante de Derecho- ganó el Premio de Cuento ABC».
Si usted escribe primero el modificador, no debe marcar comas, pues este deja de ser explicativo: «El estudiante de Derecho Pedro Pérez ganó el Premio de Cuento ABC».
Aquí no cabe escribir «Pedro Pérez» entre comas, pues al quitarlo perdería parte esencial de la información. Por eso en la frase «el ministro de Vivienda, Vargas Lleras, busca lotes», el nombre va entre comas, pues en el contexto nacional hay un solo ministro de Vivienda, mientras que en «el ministro colombiano Vargas Lleras busca lotes» no hay comas, pues el modificador «ministro colombiano» es aplicable a varios.

LA RECOMENDACIÓN DIARIA

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