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sábado, 27 de outubro de 2012

MEDIACIÓN CULTURAL


EL APASIONANTE MUNDO DEL TRADUCTOR COMO ESLABÓN INVISIBLE ENTRE LENGUAS Y CULTURAS

Nuria Ponce Márquez
(Universidad Pablo de Olavide, Sevilla)


Resumen

En una sociedad multicultural como la nuestra, la labor del traductor como mediador intercultural cobra especial importancia. Hoy día, los traductores se han convertido en profesionales capaces de conectar las realidades de dos culturas diferentes a modo de eslabón invisible. El buen traductor debe ser capaz de adecuar un mensaje expresado en una lengua origen a una lengua meta impregnada de una cultura totalmente diferente sin que el receptor detecte que se encuentra ante una traducción. Por esta razón, el verdadero logro de cualquier traductor es el de mantenerse invisible ante los ojos de un receptor meta que concibe el texto que recibe como un constructo nuevo y no como un producto que ha sufrido un proceso de transformación.

PRÓLOGO

Tras varios años dedicándome al apasionante mundo de la traducción y la interpretación, siento la necesidad de volver a re-andar mis propios pasos y de plantearme realmente la importancia de la actividad que estos profesionales desarrollan. Cualquier trabajador de cualquier rama debería hacer en algún momento de su vida un ejercicio de autorreflexión acerca de la actividad que realiza, así como acerca de las repercusiones que su trabajo pueda tener en la sociedad en la que ejerce su labor.
Normalmente, cuando esta situación se produce, es decir, cuando un trabajador se plantea realizar este ejercicio de autorreflexión, suele ser debido a algún factor externo que le ha hecho volver a mirar hacia atrás para respirar hondo y analizar cuál es su labor en el mundo que le ha tocado vivir.
En mi caso, probablemente, este ejercicio de autorreflexión se ha visto provocado por la continua lucha que tenemos que mantener los traductores e intérpretes con una serie de mitos irreales que pululan por nuestra sociedad. El hecho de que casi cualquiera que haya hecho un par de cursos de cualquier lengua extranjera se atreva a querer traducir o tantas otras situaciones en las que los traductores se sienten infravalorados ante un cliente que realmente no ha sabido apreciar el laborioso trabajo que dicho traductor ha tenido que realizar para poder ofrecer un resultado correcto son factores determinantes que deben provocar el ejercicio de autorreflexión mencionado anteriormente, para que en el mercado laboral sepamos quiénes somos y la importancia de la labor que desempeñamos. Traductor no es cualquiera y, mucho menos, buen traductor.

EL TRADUCTOR: EL ESLABÓN INVISIBLE ENTRE LENGUAS Y CULTURAS

Desde tiempos inmemoriales, el hecho de conquistar un territorio llevaba también consigo la necesidad de imponer la lengua del dominador sobre el subyugado. A pesar de la diferencia de estatus entre vencedores y vencidos, la propia convivencia entre culturas provocaba que se traspasase cualquier tipo de barrera lingüística, comenzando así a desarrollarse el proceso traductológico como un nexo necesario entre las diferentes culturas.
Desde hace bastantes años, este proceso traductológico ha sido objeto de análisis y estudio con el fin de sentar las bases de un aparato teórico-práctico que delimitase la función de traductores e intérpretes.
Han pasado ya muchos años desde que Eugene Nida comenzara a plantearse el concepto de equivalencia entre dos lenguas y a lo largo de todo este tiempo se han logrado numerosos avances en lo concerniente a un conocimiento y comprensión de lo que conlleva en sí mismo el proceso de traducción y los diferentes mecanismos que se activan al traducir.
Cuando un estudiante de traducción escucha por primera vez la explicación del significado del verbo “traducir”, realmente no es consciente de la complejidad que conlleva el hecho de que traducir consista, nada más y nada menos, que en “trasladar un mensaje de una lengua origen o de salida a una lengua meta o de llegada”.
Probablemente la utilización en esta definición del verbo “trasladar” no sea la más idónea; de ahí que hoy día las tendencias traductológicas más actuales hablen de “adecuación” en lugar de “traslado”. Se trata efectivamente de una adecuación de un enunciado de una lengua a otra, de forma que el mensaje final, hasta que llega a convertirse en el resultado deseado, va sufriendo una serie de transformaciones de diversa índole. Resulta casi imposible en la mayoría de los casos mantener, por ejemplo, la forma lingüística fonética y gramático-sintáctica del TO y lo que generalmente se transfiere de una lengua a otra es el sentido pragmático, es decir, trasladamos sentidos adecuando dichos conceptos de una cultura a otra.
Jesús Peláez, Catedrático de Filología Griega de la Universidad de Córdoba, expone claramente la complejidad de este proceso basándose en la traducción del proverbio de origen italiano “il traduttore, traditore” hacia el alemán (“der Übersetzer ist ein Verräter”= “el traductor es un traidor”). Según Peláez, “al traducirlo al alemán, se conserva el significado (traductor = traidor), pero hay una pérdida en el plano fonológico: en alemán no hay rima como en italiano (“il traduttore, traditore”); otra diferencia reside en que, en italiano, la estructura sintáctica se compone de dos palabras, sujeto y predicado, meramente yuxtapuestas, sin verbo que medie entre ellas. En alemán, en cambio, se usan dos palabras fonéticamente menos similares (“Übersetzer” – “Verräter”), unidas por un verbo copulativo que proporciona mayor complejidad a la oración. Fonética, sintaxis y efecto pragmático son diferentes. Como sucede con los trasvases de agua de un río a otro, al traducir siempre se pierde caudal. La labor del buen traductor consistirá en que se pierda lo menos posible” (Peláez, 1997: 1).
Para que ese caudal no se pierda, el traductor debe ser fiel tanto a la lengua origen como a la lengua de llegada, o mejor dicho a la cultura origen y a la cultura de llegada, adecuando de la forma más aproximada posible el sentido expresado en la lengua origen marcada por una cultura origen a una lengua meta marcada por una cultura meta. Al fin y al cabo, toda lengua no es más que la expresión de unos determinados hablantes inmersos en una determinada cultura con unas características determinadas. No cabe la menor duda de que esa adecuación que debe llevar a cabo el traductor en su obra implica un conocimiento profundo no sólo del par de lenguas de trabajo sino, sobre todo, de las implicaciones culturales de ambas lenguas. Por todo esto, el traductor se convierte en un eslabón intercultural que actúa de mediador entre la cultura origen y la cultura meta.
A lo largo de la historia de la traductología, los traductores se han planteado siempre cómo conseguir una traducción lo más perfecta posible. En su Carta sobre el arte de traducir, Lutero ya expresaba en el siglo XVI las dificultades sobrevenidas en su traducción de la Biblia:

“Me ha costado mucho esfuerzo traducir para poder ofrecer un alemán puro y claro. Con frecuencia se ha dado el caso de buscar y preguntarnos durante quince días, o durante tres o cuatro semanas, acerca de una sola palabra, sin encontrar, a pesar de ello, respuesta inmediata. Al traducir el libro de Job, Melanchton, Aurogallus y yo trabajamos de tal manera que apenas nos fue posible terminar tres líneas en cuatro días... Ahora está en alemán y terminado; cualquiera puede leerlo y examinar el texto; se pueden leer tres o cuatro páginas sin dificultad alguna y sin que se perciban las piedras y tropiezos que había allí...” Y más adelante añade: “No es la literatura latina lo que hay que escudriñar para saber cómo se debe hablar alemán..., sino que hay que preguntar a la madre en la casa, a los niños en la calle, al hombre ordinario en el mercado y observar su boca para saber cómo hablan, a fin de traducir de esa forma; entonces comprenden y advierten que se habla alemán con ellos” (Peláez, 1997: 1).

En esta afirmación, Lutero confirmaba el procedimiento traductológico que todo profesional debe seguir antes de comenzar con su labor de traducción, es decir, el traductor debe establecer una fase de comprensión en la que se debe plantear cuál es el sentido del texto original. Mientras redacta, es normal que al propio traductor le surjan dudas no sólo con respecto a meras palabras sino, incluso a veces, en cuanto a la expresión de frases completas. Precisamente ése es el factor clave para cualquier buen traductor: la duda. Esta duda es la gran aliada del traductor.
Cuando el profesional duda, se produce un descenso desde su pedestal de endiosamiento para darse cuenta de que se encuentra ante un reto difícil que tiene que superar a pesar de los muchos años de experiencia. El orgullo sobrevenido por querer superar ese reto que se le plantea lleva al profesional a tener que investigar y plantearse cuáles son los giros idiomáticos más pertinentes en la lengua de llegada.
El profesional siempre tiene que plantearse si la expresión y/o expresiones que está utilizando serían identificadas como propias por los receptores del texto meta. Ésa es la verdadera tarea de adecuación y el verdadero logro que se consigue tras una larga formación que continúa durante todos los años de ejercicio profesional y que, personalmente, creo que no acaba nunca.
El traductor es, por tanto, responsable nada más y nada menos de que un mensaje, que probablemente no fue concebido para ser traducido, efectivamente se traduzca hacia una lengua meta sin que a los hablantes de esa lengua les provoque ninguna sensación de extrañeza. Para conseguir esto, el traductor debe sumergirse hasta las entrañas del texto origen y dejarse impregnar de toda la carga cultural que dicho texto pretende transmitir para volver de nuevo a resurgir de sus cenizas con el fin de adecuar todo ese mensaje a una cultura meta totalmente diferente. Todo esto conlleva que el traductor no se erija tan sólo como un mero transmisor de palabras, sino como un verdadero eslabón, una conexión tan sumamente versátil que es capaz de entrelazar dos culturas diferentes.
El profesional adopta así la función de eslabón invisible, puesto que el buen traductor debe ser capaz de adecuar un mensaje expresado en una lengua origen a una lengua meta impregnada de una cultura totalmente diferente sin que el receptor detecte que se encuentra ante una traducción. Por esta razón, el verdadero logro de cualquier traductor es el de mantenerse invisible ante los ojos de un receptor meta que concibe el texto que recibe como un constructo nuevo y no como un producto que ha sufrido un proceso de transformación.
La Real Academia Española de la Lengua define el término `cultura´ como “el conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.” La última expresión de toda cultura es su lengua y el traductor es el elemento mediador que actúa de vaso comunicante.
Tal y como hemos mencionado anteriormente, el hecho que ratifica esta afirmación es que desde tiempos remotos una de las formas más eficaces de colonización ha consistido en la imposición de una lengua. Lengua y cultura forman un todo indisociable, sin que se pueda entender la una sin la otra. De esta manera, la traducción supone una puerta abierta a la comunicación entre pueblos y culturas, convirtiéndose en la principal vía para recibir información actualizada de todo lo que ocurre más allá de nuestras fronteras.
En este contexto, las últimas tendencias traductológicas desarrollan el concepto de “interculturalidad”, es decir, enfatizan el hecho de que el traductor debe poseer un amplio conocimiento acerca de las similitudes y diferencias que se aprecian entre las dos culturas, la de la lengua origen y la lengua meta. A este respecto, Jenny Brumme, profesora de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, afirma lo siguiente:

“Durante las últimas décadas, los estudios dedicados a la traducción han hecho hincapié en la necesidad de concebir esta actividad como un proceso de comunicación intercultural [...]. Ya no se entiende al traductor como un mero transmisor entre dos lenguas, sino como un especialista bi o multicultural que tiene que recrear, en una situación determinada, para una cultura meta, un texto impregnado de una cultura origen. Con la ayuda de un saber cultural lo más amplio posible, debe poder distinguir entre las realidades del autor, la de él mismo y la del cliente / receptor [...]. El saber intercultural abarca la totalidad de los conocimientos sobre las similitudes y diferencias entre dos o más culturas, es decir, no sólo comprende los conocimientos de los contrastes más o menos fuertes, sino también el saber en áreas donde no es de esperar conflicto alguno gracias a los rasgos comunes de las culturas” (Brumme, 2006: 1-11).

Brumme confirma un aspecto muy interesante y a menudo olvidado en la docencia de la disciplina de la Traducción y la Interpretación: el hecho de que hay que observar no sólo aquello que diferencia a dos textos, sino también aquellos aspectos que los acercan, que los hacen ser similares, con el objetivo de poder efectuar un análisis contrastivo completo a modo de trabajo previo en el que se base la búsqueda de la tan ansiada adecuación cultural.
Esta autora va un poco más allá y describe todos los factores que debe tener presente el buen traductor para conseguir dicha adecuación, para lo que plantea un método basado en el análisis de la función prevista para el texto en la cultura meta, la familiaridad o extrañeza del lector meta ante elementos concretos de la cultura origen, así como la necesidad o no de adaptar el tipo textual según las normas vigentes en dicha cultura meta:

“Primero habría que determinar qué función se prevé en la cultura meta para el texto que se ha de traducir. En segundo lugar, para cada texto o tipo textual concreto, en qué medida los elementos específicos de la cultura origen se reencuentran en la experiencia cotidiana y los conocimientos adquiridos por el cliente / lector meta o en qué medida son ajenos al receptor meta. Finalmente, el traductor debería decidir si `lo diferente/ajeno/extraño´ en el texto salida desempeña una función en el texto meta, o si será necesario adaptar el texto a las normas del tipo de textual meta para mantener la función del texto salida” (Brumme, 2006:22-30).

Por tanto, la traducción es un proceso complejo en el que el traductor tiene que estudiar el original y su contexto, prestando especial atención al momento histórico en el que se produce, la sociedad en la que aparece, la biografía del autor original y todos los factores socioeconómicos que lo rodean. Esto quiere decir que con sólo conocer con rigor la lengua y su funcionamiento no se es buen traductor. No basta con eso.
En definitiva, debido a su importante labor como mediador cultural, el traductor debe ser el primero en tomar conciencia de que su trabajo tiene implicaciones que van más allá del simple ejercicio traductológico, valorando la importancia de sus estrategias y toma de decisiones en el proceso de traducción.
Sin embargo, la complejidad intrínseca al proceso de traducción y al hecho de que el traductor se establezca como mediador de culturas quizás no abarque completamente el trabajo de dicho profesional. Realmente la labor del traductor consiste en algo más que producir un traslado adecuado (trasladar ideas de un texto a otro, o de una cultura a otra). El traductor tiene que llegar a ser capaz de producir ese traslado y convertirlo en una construcción (el traductor participa activamente en la construcción de un nuevo texto). Estas dos visiones, que no tienen por qué ser contradictorias, están suscitando hoy día un gran debate traductológico en los foros de traductores.
De cualquier manera, lo que está claro es que el encargo de traducción va a ser el que va a delimitar siempre las dosis de construcción que un traductor puede emplear en el producto final, obviamente conociendo y respetando siempre las características culturales del texto origen y del texto meta.
En resumidas cuentas, el traductor posee un arma de trabajo que tiene que adecuar de la forma más correcta e idiomática posible a otra lengua, es decir, el traductor se convierte en un “traidor” que tiene que utilizar todo su ingenio para engañar al lector final de que lo que está leyendo “no suena a traducción”. Podríamos definir la traducción como un proceso muy complejo en el que el traductor tiene que hacer valer sus conocimientos de dos lenguas y dos culturas diferentes y establecer una toma de decisiones y de estrategias que permitan que el lector del texto traducido se sienta cómodo con la traducción.
Para conseguir este objetivo, se parte de la base de que el buen traductor debe contar con la suficiente competencia lingüística y cultural en estas dos lenguas, a lo que habría que añadir la suficiente competencia traductora, es decir, aquellas cualidades que le permiten traducir correctamente.
Un alto desarrollo de estas competencias y un equilibro entre las tres nos acercaría a la figura del traductor ideal. Sin embargo, la experiencia nos lleva a comprobar que no existe dicho traductor ideal, al igual que tampoco existe la traducción ideal. Lo que existen son traductores reales, unos mejores que otros, pero todos con sus limitaciones, tanto personales como externas, tales como un muy reducido plazo de entrega o un desconocimiento total del tema (para lo que previamente se tiene que realizar un trabajo de investigación e información). Estos profesionales lo que deben pretender, en definitiva, es adecuar al máximo el sentido pragmático del texto origen a una cultura meta.

CONCLUSIÓN

Por todo lo expuesto anteriormente, creo que es ahora, en una época en la que se está fomentando tanto la interculturalidad y la comunicación entre las culturas más diversas, cuando los traductores debemos hacer nuestro ejercicio de autorreflexión. Porque es ahora cuando más se nos necesita, pero también es ahora cuando más se nos infravalora.
Cualquiera no es capaz de traducir adecuadamente. Un ordenador tampoco tiene esa capacidad de adecuación intercultural por mucho que se esté avanzando en el sector de los programas de traducción automática.
Efectivamente, todas las coordenadas sociales se están uniendo para que sea precisamente ahora cuando tengamos que pararnos a pensar y legitimemos nuestra profesión por encima del intrusismo profesional de bajo nivel y de los supuestamente maravillosos programas informáticos que nos acechan.
Es ahora cuando tenemos que ampliar nuestra propia definición como traductores y/o intérpretes para pasar a denominarnos mediadores culturales. Porque, ladies and gentlemans, quizás hoy día cualquiera pueda pretender definirse como traductor, pero, desde luego, muy pocos consiguen ser buenos mediadores culturales.

BIBLIOGRAFÍA

Brumme, J. , “La traducción de la cultura” de la revista Especulo, Universidad Complutense de Madrid. Disponible en:http://www.ucm.es/info/especulo/ele/trad_cul.html [Consultado el día 05 de febrero de 2007].

Elena García, P. Aspectos teóricos y prácticos de la traducción, Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca, 1994.

Nida, E. Toward a Science of Translation with Special Reference to Principles and Procedures involved in Bible Translation, London: Leiden, 1964.

Peláez, J. “Traducción y culturas” recogido en el ciclo “Palabra y tiempo. Biblia y Cultura occidental”, organizado en el Aula Manuel Alemán de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria en el año 1997. Disponible en: http://www.uco.es/dptos/c-antiguedad/griego/publicaciones/docum1006.htm[Consultado el día 07 de febrero de 2007]

Peña, S. y Hernández, M.J. Traductología, Málaga: Universidad de Málaga, 1994.

RAE Diccionario de la lengua española, Madrid: Espasa Calpe, 2001

RAE Diccionario Panhispánico de Dudas, Madrid: Santillana S.A., 2005

Reiß, K. y Vermeer, H. Grundlegung einer allgemeinen Translationstheorie, Tübingen: Niemeyer, 1984

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