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sexta-feira, 8 de fevereiro de 2013
COSAS DEL IDIOMA
Por José María Leiva Leiva
“Señores: Un servidor, Pedro Pérez Paticola, cual la Academia Española “Limpia, Fija y da Esplendor”. Y no por ganas de hablar, pues les voy a demostrar que es preciso meter mano al idioma castellano, donde hay mucho que arreglar. ¿Me quieren decir por qué, en tamaño y en esencia, hay esa gran diferencia entre un buque y un buqué? ¿Por el acento? Pues yo, por esa insignificancia, no concibo la distancia de presidio y presidió, ni de tomas a Tomás ni de topo al que topó.
Más, dejemos el acento, que convierte, como ves, las ingles en un inglés, y pasemos ya a otro cuento. ¿A ustedes no les asombra que diciendo rico y rica, majo y maja, chico y chica, no digamos hombre y hombra? Por eso, no encuentro mal si alguno me dice cuala, como decimos Pascuala, femenino de Pascual. ¿Por qué llamamos tortero al que elabora una torta y al sastre, que trajes corta, no lo llamamos trajero?
¿Por qué las Josefas son por Pepitas conocidas, como si fuesen salidas de las tripas de un melón? De igual manera me quejo de ver que un libro es un tomo; será tomo si lo tomo, y si no lo tomo, un dejo. Si se le llama mirón al que está mirando mucho, cuando mucho ladre un chucho se lo llamará ladrón. Porque la sílaba “on” indica aumento, y extraño que a un ramo de gran tamaño no se lo llame Ramón. Y por la misma razón, si los que estáis escuchando un gran rato estáis pasando, estáis pasando un ratón. Y sobra para quedar convencido el más profano, que el idioma castellano tiene mucho que arreglar”. Pablo Parellada (1855-1944).
Y no menos curioso se antoja este otro relato que mide los vericuetos del idioma español… “Como algunos de vosotros sabréis a estas alturas, el que fue juez de la Audiencia Nacional Juan del Olmo ha dictado una sentencia en la que afirma: Que llamar “zorra” a una mujer no es delito, ni falta, ni nada, porque quien usa ese adjetivo en realidad lo que quiere decir es que dicha mujer es astuta y sagaz. En base a ello, he aquí el escrito que le ha remitido una ciudadana…
“Estimado juez del Olmo: Espero que al recibo de la presente esté usted bien de salud y con las neuronas en perfecto estado de alerta como es habitual en su señoría. El motivo de esta misiva no es otro que el de solicitarle amparo judicial ante una injusticia cometida en la persona de mi tía abuela Felicitas y que me tiene un tanto preocupada. Paso a exponerle los hechos: Esta mañana mi tía abuela Felicitas y servidora nos hemos cruzado en el garaje con un sujeto bastante cafre que goza de una merecida impopularidad entre la comunidad de vecinos.
Animada por la última sentencia de su cosecha, que le ha hecho comprender la utilidad de la palabra como vehículo para limar asperezas, y echando mano a la riqueza semántica de nuestra querida lengua española, mi querida tía abuela, mujer locuaz donde las haya, le ha saludado con un jovial “que te den, cabrito”. Se ha puesto como un energúmeno, oiga. De poco me ha servido explicarle que la buena de mi tía abuela lo decía en el sentido de alabar sus grandes dotes como trepador de riscos, y que en estas épocas de recortes a espuertas, desear a alguien que le den algo es la expresión de un deseo de buena voluntad.
El sujeto, entre espumarajos, nos ha soltado unos cuantos vocablos, que no sé si eran insultos o piropos porque no ha especificado a cuál de sus múltiples acepciones se refería. Y ha enfilado hacia la comisaría más cercana haciendo oídos sordos a mis razonamientos, que no son otros que los suyos de usted, y los de mi tía abuela. Como tengo la esperanza que la denuncia que sin duda está intentando colocar esa hiena -en el sentido que es un hombre de sonrisa fácil- llegue en algún momento a sus manos, le ruego, por favor, que intente mediar en este asunto explicándole al asno -expresado con la intención de destacar que es hombre tozudo, a la par que trabajador- lo de que las palabras no siempre significan lo que significan…
Sé que es usted un porcino -dicho con el ánimo de remarcar que todo en su señoría son recursos aprovechables- y que como tal, pondrá todo lo que esté de su mano para que mi vecino y otros carroñeros como él -dicho en el sentido que son personas que se comen los filetes una vez muerta la vaca- comprendan que basta un poco de buena voluntad para transformar las agrias discusiones a gritos, en educados intercambios de descripciones, convirtiendo así el mundo en un lugar mucho más agradable. Sin más, y agradeciéndole de antemano su atención, se despide atentamente, una víbora (evidentemente, en el sentido de ponerme a sus pies), enviándole mis más respetuosos saludos a las zorras de su esposa y madre”.
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