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domingo, 24 de fevereiro de 2013

Homenaje a España


FERNANDO GARCÍA DE CORTÁZAR / DIRECTOR DE LA FUNDACIÓN DOS DE MAYO, NACIÓN Y LIBERTAD

Quiero evocar la imagen de una España rica en la variedad de sueños que la conforman

Poco debería extrañarnos que, atrapados como estamos en las peores circunstancias sociales y económicas que ha conocido nuestro país en más de medio siglo, muchos españoles, especialmente los más jóvenes, hayan recuperado la definición que Cánovas, según Galdós, proponía para el artículo 1 de la Constitución de 1876:
«Es español el que no puede ser otra cosa». En estos tiempos de impugnación y tiniebla, no son pocos los que creen vivir en una nación enferma, cuya historia es el relato de un inveterado atraso y de una interminable decadencia. Algo que ya sublevaba a Lope de Vega, cuando en «La Dragontea» se quejaba de ese pesimismo endémico que nos acompaña desde la Armada Invencible y a menudo nos impide ver la fértil y larga aventura de España, tantas veces desconocida porque nos la han contado mal o, sencillamente, porque no nos la han contado.

¡Oh patria! Cuántos hechos, cuántos nombres,
cuántos sucesos y victorias grandes…
Pues que tienes quien haga y quien te obliga,
¿por qué te falta, España, quien lo diga?
(Lope de Vega, «La Dragontea»)
Alguien tan poco dado a la frivolidad como Albert Camus señalaba, al pedirle rectitud a la prensa de la Francia recién liberada del yugo nazi: «No estamos, desgraciadamente, en tiempos de ironía. Estamos todavía en tiempos de indignación». Que nadie crea que los tiempos de indignación son tiempos de desaliento. Al contrario, la indignación procede de saber dónde se encuentra la dignidad, no de haberla extraviado; procede de conocer su vulneración, no de ignorar su suerte.
Es verdad que distintas dolencias acompañan la historia de España. Pero no es menos verdad que diversidad, mestizaje, quimera, generosidad, determinación, esfuerzo son palabras de la lengua tallada por Nebrija que sirven para describir esa misma historia.
Por eso, frente al masoquismo intelectual que vuelve a chapotear en la patología del Desastre del 98, frente a ese relato doliente y desengañado que seca parte de nuestras raíces, hoy quiero evocar la imagen de una España rica en la variedad de sueños que la conforman, tolerante de lealtad contraria, según la tradición generosa de Cervantes. Para mí la real no es la España obscena y deprimente que regenta la canalla y que ya pintara Quevedo en sus mordaces versos - «Este mundo es juego de bazas, que sólo el que roba, triunfa y manda» - sino la España viva y siempre noble que, en plena desilusión del adiós a las colonias, inspiró al nicaragüense Rubén Darío versos tan hondos y optimistas:
Mientras el mundo aliente, mientras la esfera gire,
mientras la onda cordial aliente un sueño,
mientras haya una viva pasión, un noble empeño,
un buscado imposible, una imposible hazaña,
una América oculta que hallar, vivirá España!
(Rubén Darío, «Al rey Óscar»)
De aquella nación de rostro siniestro que quiebra la confianza entre gobernantes y gobernados nos consuela y nos cura ésta, la España del oro de las letras y el pensamiento recio , la misma que sus poetas nos han confiado con su canto universal de amor a la tierra, a Dios y al hombre…
Hablo del país que, más allá de los símbolos, más allá de la pompa y la ceniza de los aniversarios, está, silencioso, en nosotros. Hablo de la nación que, en tiempos difíciles, de mutismo, ruido o furia, ha sabido alumbrar esperanzas. Hablo de una tierra que mejoró su destino convirtiéndose en cuba de sedimentación de pueblos, culturas y dioses: Hispania, Toledo, Al Andalus, Sefarad, América… Hablo de la «madre de ríos y multiplicadas generaciones» a la que Borges, otro hispanoamericano, rindió homenaje un atardecer del mes de julio de 1964: la España donde Ulises descendió a la Casa de Hades, la España del ibero, del celta, del cartaginés y de Roma, la España de los duros visigodos, la España del islam, de la cábala y de la «Noche oscura del alma», la España que descifró los mares y que prosigue en América, la España del inútil coraje y la caudalosa amistad…
Podemos olvidarte
como olvidamos nuestro propio pasado,
porque inseparablemente estás en nosotros,
en los íntimos hábitos de la sangre,
en los Acevedo y los Suárez de mi linaje…
(Jorge Luis Borges, «España»)
Hablo de una nación que ni es un trámite legal cumplimentado en 1978 ni se reduce a un nombre ni recluye su existencia en la aridez de sus códigos, en la débil seguridad de sus ordenanzas o en la frágil vanidad de sus ostentosas conmemoraciones: una España múltiple en el pasado y también en el presente, una España en permanente génesis, como ya la definiera Galdós, heroica viviendo, heroica luchando por un mañana que es el lugar donde hoy cobran forma nuestras libertades, una malla de derechos que de tan aceptados se vuelven invisibles.
No hablo solamente de la España que nos encontramos ya hecha, al alba de cada día, sino también de esa España que sigue necesitando de nuestra voz y nuestros actos para vivir, para ser vivida: una nación inacabada, una nación de ciudadanos que hereda una tradición de una intensidad humanista y cívica muy honda.
Hablo y firmo sobre esa España que tan a menudo olvidamos; y me gustaría que el conocimiento de su larga aventura golpease la conciencia de los numerosos descreídos que, al preguntarse hoy qué es España, sólo ven una vieja, polvorienta plaza de toros de multitud melancólica, indignada y sin salida, una noche donde reinan todas las políticas egoístas y no existe más caballero que la impostura y el dinero. A esa España nuestra, insaciable de sí misma, de miel y granito, de frutos madurados poco a poco, quiero dedicar hoy, como mi paisana Ángela Figuera, este homenaje de amor en su belleza.

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