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terça-feira, 19 de fevereiro de 2013

TRÁFICO DEL LENGUAJE

VICENTE BATTISTA
Señales para el tráfico del lenguaje

Se cuenta que Aristófanes de Bizancio fue quien en el año 194 a.C. trazó ciertas marcas para la mejor comprensión de un texto. Con el correr de los siglos, esas señales se convertirían en los signos de puntuación, “misteriosos espíritus de cuya presencia sin cuerpo se alimenta el cuerpo del lenguaje.” Nacieron hace más de dos mil años, ¿están a punto de morir?
En el año 236 a.C., Ptolomeo III le solicitó a Eratóstenes, matemático, astrónomo y geógrafo griego, que se hiciera cargo de la Biblioteca de Alejandría. Eratóstenes murió a la edad de 80 o de 82 años, no se sabe con certeza, aunque sí se sabe que por entonces había perdido la vista. Los dioses del Olimpo, igual que el Dios de Groussac y de Borges, con magnífica ironía, le dieron los libros y la noche. En el 194 a.C., Eratóstenes convocó a Aristófanes de Bizancio para que se hiciera cargo de la célebre Biblioteca. No se equivocó en la elección: Aristófanes de Bizancio, considerado uno de los primeros filólogos, editó y difundió las obras de Homero, Hesíodo, Eurípides, Aristófanes y Píndaro e incorporó tres tipos de marcas que ayudarían a la mejor lectura de los textos de esos sabios y poetas. Esas marcas de algún modo estaban preanunciando los signos de puntuación: la línea alta indicaba el final de una frase, la media podría vincularse con el punto y coma o los dos puntos, y la baja equivaldría a una coma. Este sistema fue incorporado por los romanos y posteriormente, por medio del latín, se trasladaría a las futuras lenguas romances: español, italiano, francés, catalán, portugués, sardo.

Según cuenta en el capítulo III del libro VII de sus Confesiones, en el año 383 San Agustín llegó a un monasterio situado en los extramuros de Milán, allí conoció al obispo Ambrosio quien “cuando leía sus ojos recorrían las páginas y su corazón entendía su mensaje, pero su voz y su lengua quedaban quietas”. No debe asombrarnos el asombro del santo: era la primera vez que veía a alguien leyendo en silencio. Hasta ese momento, la lectura forzadamente se realizaba en voz alta: el texto plasmado sobre la página carecía de signos de puntuación y las palabras, escritas en mayúscula, estaban unidas entre sí. El párrafo, que acaban de leer, se hubiera visto así:

SANAGUSTINENSUSCONFESIONESHABLADELAVISITAQUEEN383HIZOAMILAN
DONDESEENCONTRARIACONELOBISPOAMBROSIOYREVELAELASOMBROQUE
AMBROSIOLEPRODUJO.

La ausencia de signos de puntuación, la unión de las palabras y su exclusiva condición de mayúsculas obligaban a una modulación que sólo se conseguía leyendo en voz alta. Leer no era un placer.

No obstante, hubo que esperar hasta mediados del 600 para que unos monjes copistas irlandeses introdujeran, en los textos que reproducían, algunos de los signos de puntuación que actualmente se utilizan. Esos anónimos monjes fueron, además, los primeros en separar sistemáticamente las palabras. Ese modo de escribir se pondría definitivamente en uso a finales del siglo XV. El mérito en esta oportunidad fue de Gutenberg y de su invención de los tipos de imprenta móviles: en 1449 editó Misal de Constanza, el primer libro tipográfico del mundo.


Gramática de la lengua castellana, Antonio de Lebrija
Aunque los signos de puntuación ya eran parte de la escritura, aún se los ignoraba en los volúmenes de gramática. En la Gramática de la lengua castellana, que Antonio de Lebrija publicó en 1492, no se los menciona, circunstancia que no debería inquietar: entonces la puntuación no era obra del autor del texto sino del componedor, con este nombre se conocía a quien en la imprenta armaba los libros letra a letra. Si observamos el capítulo uno de la primera edición del Quijote(1615) advertiremos que no tiene un solo punto y aparte. Con el correr de los años se modernizó la caligrafía de aquella primera edición, pero hubo que esperar un cuarto de siglo —la edición que en 1862 realizó Juan Eugenio de Hartzenbusch— para que la obra se dividiera en párrafos.

Esa supuesta indiferencia hacia los signos de puntuación parece no coincidir con una anécdota atribuida al rey Carlos V que tiene a una humilde coma por protagonista. En 1530 Carlos V era el monarca de un inmenso territorio que abarcaba casi la totalidad de Europa. La leyenda dice que le entregaron para su firma una sentencia de muerte que se leía así: “Perdón imposible, que cumpla su condena”. El rey ese día se sentía magnánimo, por lo que antes de firmar la sentencia corrió la coma: “Perdón, imposible que cumpla su condena”. Gracias a ese mínimo movimiento, el infeliz condenado salvó su vida.

Seguramente esta historia no es cierta, pero sí es cierto que comenzaron a establecerse normativas con respecto al uso correcto de los signos de puntuación. Normativas que, como sucede cada vez que se establece una regla, se rompieron de inmediato. Fue T.W. Adorno quien en un texto memorable puso las cosas en su lugar y los definió con cristalina exactitud: “¿No parece el signo de exclamación un índice amenazadoramente erguido? ¿No son los signos de interrogación como luces intermitentes o como una caída de párpados? Los dos puntos abren la boca: ¡Ay del escritor que no sepa saciarla! El punto y coma recuerda ópticamente unos bigotes colgando. Las comillas se pasan la lengua por los labios, tontiastutas y satisfechas. Todas son señales del tráfico; en última instancia, éstas son imitaciones de aquellas. Los signos de exclamación son el rojo, los dos puntos el verde, los guiones dan orden de stop. Fue un error basarse en eso para confundirlos con signos de comunicación. Más bien son signos de dicción o de elocución; no están al atento servicio del tráfico del lenguaje con el lector, sino que sirven jeroglíficamente a un tráfico que se desarrolla en el interior del lenguaje, en sus propias vías por eso es superfluo ahorrarlos por superfluos: pues con ello no se consigue más que se disimulen. Todo texto, incluso el más densamente tejido, los cita sin más; misteriosos espíritus de cuya presencia sin cuerpo se alimenta el cuerpo del lenguaje.”

He advertido que en los tuits suele prescindirse de los signos, tal vez como consecuencia de la prisa que esa escritura exige. También descubro que se leen desenvolviéndolos, como, sospecho, se leían los papiros. ¿Estaremos regresando a aquellos tiempos en que no existían los signos de puntuación y tampoco los libros?

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