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domingo, 7 de julho de 2013

EL PREMIO MUNDIAL DE ALIMENTACIÓN 2013

EL PREMIO MUNDIAL DE ALIMENTACIÓN 2013 AVIVA EL DEBATE
Alimentos transgénicos: ¿la solución al hambre en el mundo o un riesgo rentable?

El fallo del Premio Mundial de la Alimentación 2013, que ha reconocido por primera vez en sus 27 ediciones la labor de investigación y desarrollo en biotecnología agrícola, ha vuelto a desatar la polémica en torno a los alimentos transgénicos.

Por Laura Crespo en El Imparcial - España.

El pasado 19 de junio se falló el Premio Mundial de Alimentación 2013 (World Food Prize 2013), un galardón internacional que reconoce los logros de personas que han promovido el desarrollo humano mediante la mejora de la calidad, cantidad y disponibilidad de alimentos en el mundo. El conocido como Nobel de la Alimentación y la Agricultura ha desatado este año la polémica al distinguir, por primera vez en sus 27 ediciones, la labor de investigación y desarrollo en biotecnología agrícola, lo que se traduce —no de forma rigurosa pero sí popularmente- en la creación de plantas modificadas genéticamente o cultivos transgénicos.
La chispa la ha encendido especialmente el reconocimiento a uno de los tres investigadores que comparten el premio, Rob Fraley, ejecutivo de la mayor multinacional de transgénicos del mundo, Mosanto, contra la que se han lanzado duras campañas por parte de asociaciones ecologistas y que actualmente es el principal exportador de maíz modificado genéticamente a Europa.

La oposición del sector ecologista al fallo del premio toma los dos caminos por los que atacan a la comercialización de transgénicos. Uno, el de los riesgos para la salud y el medio ambiente que, según dicen, no están claros. Dos, el modelo de explotación que se ha construido en torno a estos productos, monopolizado y no orientado, tal y como pretende el premio, a la paliación de los problemas de hambre en el Mundo. Los investigadores que hoy siguen la línea de Fraley y sus co-galardonados -el belga Marc Van Montagu y la estadounidense Mary-Dell Chilton- coinciden en que el modelo comercial de los transgénicos no está orientado a combatir las hambrunas de los lugares más desfavorecidos pero subrayan su seguridad y lamentan que el mensaje negativo haya calado en la sociedad hasta el punto de demonizarlos. Mientras, desde Monsanto aseguran que la necesidad de satisfacer la creciente demanda de alimentos en el mundo es “más importante” que estas diferencias de opinión.

Más alimentos y ¿mejor repartidos?
“Los logros combinados de los tres investigadores galardonados han contribuido significativamente a aumentar la cantidad y disponibilidad de alimentos, y pueden desempeñar un papel fundamental a la hora de enfrentar los desafíos globales del siglo XXI para producir más alimentos, de manera sostenible y en un clima cada vez más volátil”. Kenneth M. Quinn, presidente del Premio Mundial de la Alimentación, justifica así el fallo del galardón en declaraciones a El Imparcial.

Según cifras facilitadas por la organización del premio, más de 17 millones de agricultores en todo el mundo han plantado cultivos genéticamente mejorados en más de 170 millones de hectáreas. Según Carlos Alberto Vicente, Responsable de Sostenibilidad de Monsanto para Europa y Oriente Medio, “es un honor que se reconozcan los beneficios de esta tecnología, una de las que más rápido se ha adaptada en la historia de la agricultura”.

Sin cuestionar las cifras de Monsanto, los ecologistas ponen en duda que los cultivos a los que los que la compañía estadounidense se refiere se destinen a alimentar a esa población creciente a la que alude la organización del premio y que, sobre todo, vive en los países subdesarrollados. El responsable de la campaña de Agricultura y Bosques de Greenpeace, Luis Ferreirim, califica de “lamentable” la concesión del premio a Fraley. “Tanto los transgénicos como los productos químicos que comercializa Monsanto responden a intereses particulares y no a los intereses generales de la población”, critica en declaraciones a este periódico.

“La gran mayoría de los transgénicos alimentarios, cerca de un 80 por ciento de todos los que se cultivan en el mundo, se están utilizando para alimentar a la cabaña ganadera de los países desarrollados”, denuncia Ferreirim, para quien los alimentos modificados genéticamente “no están cumpliendo las expectativas”.

“Los transgénicos son una falsa promesa de la industria biotecnológica. Desde el momento en que se pusieron los primeros en el mercado se ha vendido la idea de que iban a ser la solución al hambre y, en veinte años, el número de personas que la padecen en el mundo no ha hecho sino aumentar. Si fueran la solución a las hambrunas, ya deberíamos de empezar a ver efectos”, expone el activista de Greenpeace.

Desde el World Food Prize, Quinn puntualiza a El Imparcial que el galardón “honra al avance científico inicial realizado por estas tres personas” y que “otras cuestiones relacionadas con cómo las empresas utilizan estas tecnologías, son asuntos importantes que discutir pero están fuera del alcance del premio de este año”.

“Lo primero que habría que hacer es cuestionar la independencia de esta fundación”, rebate Ferreirim. El ecologista asegura que de las 125 empresas que financian el Premio Mundial de la Alimentación, 26 están “profundamente relacionadas” con la agroindustria y que Monsanto se encuentra entre ellas. “En 2011, estas empresas aportaron cerca de medio millón de dólares para financiar esta fundación”, afirma.

Modelo de explotación
Según Ferreirim, “el juego” de las multinacionales como Monsanto es que “los campesinos sean totalmente independientes de sus tecnologías” y que, “año tras año”, tengan que comprar sus semillas y sus productos asociados”. Esta fórmula no es, a juicio del activista, la fórmula adecuada para paliar el hambre, sino que habría que “dar herramientas a los pequeños agricultores para que sean autosuficientes”.

Para el investigador del departamento de Genética Molecular de Plantas del Centro Nacional de Biotecnología -dependiente del CSIC-, Juan José Sánchez Serrano, las asociaciones ecologistas han tomado los transgénicos “como bandera” de cuestiones “más amplias”. Según Sánchez Serrano, la situación de monopolio de la que se acusa a la comercialización de los transgénicos no es distinta de la que vive la industrial agrícola no transgénica. “Las semillas tradicionales que usan las grandes explotaciones también las venden muy pocas empresas, no hay una gran diferencia”, asegura el investigador, para quien los ecologistas “han encontrado en los transgénicos el nicho para hacer su trabajo”.

Sánchez Serrano sí comparte con Ferreirim que los transgénicos no se han desarrollado como paliativo del hambre mundial. “Los cultivos que se han comercializado hasta ahora se han modificado para que adquieran ventajas para los agricultores de los países desarrollados”, asegura el científico del CSIC. Los transgénicos actuales no gozan de, por ejemplo, resistencia a la sequia para poder cultivarse en los secarrales africanos, sino que son resistentes a plagas, como el taladro, presentes en las grandes extensiones de países fundamentalmente desarrollados, según explica el investigador.

Según Sánchez Serrano, los alimentos modificados genéticamente no se han enfocado en ese prometedor sentido de remedio contra la desnutrición por dos cuestiones. La primera es meramente de mercado: “Desarrollar un transgénico, entre que tienes tu planta y pasas una cantidad enorme de test de seguridad, puede llevarte entre 10 y 15 años, además de muchísimo dinero, por lo que se tiene que estar seguro de que se va a poder recuperar la inversión”, explica. Los transgénicos que llegan a comercializarse son, entonces, los que van a tener un mercado donde venderse, es decir, los que se crean pensando en las necesidades de los países que van a tener dinero para comprarlos. “Si una empresa desarrolla una planta resistente a una plaga de África no va a recuperar la inversión porque su diana no va a tener el dinero para comprar las semillas”, ilustra.

En segundo lugar, el investigador opina que el mensaje de rechazo a los transgénicos lanzado por los ecologistas “ha calado mucho entre la población” y que “el debate está tan encarnizado que cualquier cosa que se plantea se aborta de raíz”. Según Sánchez Serrano, “es cierto que no se ha empezado” por crear transgénicos que alimenten a la población mundial desnutrida, “pero también es verdad que ha habido tal oposición desde el principio, que se han parado muchos de los desarrollos posibles que a lo mejor hubieran ayudado en esa dirección”.

Seguridad
¿Está este rechazo a los transgénicos justificado? ¿Son seguros? “Los alimentos transgénicos son absolutamente seguros”, defiende Sánchez Serrano, quien asegura que el foco de la crítica está desvirtuado.

Un cultivo transgénico es el resultado de introducir genes nuevos en una especie que, de forma natural, no los presenta, ya sea un gen artificial, uno extraído de otra especie o uno de la propia planta que se reintroduce después de haber cambiado algunas características. El investigador del CSIC recuerda que, a través de la llamada “mejora clásica” se han ido cruzando unas plantas con otras a lo largo de los siglos para crear especies mejoradas. Por ello, considera que las críticas de los últimos años se dirigen más hacia la técnica que hoy se utiliza para crear transgénicos, la ingeniería genética, que a la planta resultante en sí, cuando en ambos casos la semilla final es resultado de la mediación del hombre y puede ser invasiva con el medio ambiente, uno de los argumentos en contra por parte del Ecologismo.

“Los alimentos transgénicos no son más inseguros por haberse hecho por métodos de ingeniería genética, que es lo que las organizaciones ecologistas ponen por delante”, expone Sánchez Serrano, que recomienda trasladar el debate desde el método, “que es absolutamente seguro”, a las modificaciones que se hacen en las especies, ya sea a través de tecnologías nuevas o de la mejora clásica.

Para el responsable de Agricultura y Bosques de Greenpeace, sin embargo, hay técnicas, como la selección genética, que son “menos invasivas” que la modificación genética. Luis Ferreirim defiende que “la modificación genética provoca efectos dentro del mismo organismo que no se pueden del todo predecir” y denuncia que “no existen estudios suficientes que demuestren su inocuidad antes de ponerlos en el mercado y en nuestros campos”.

El activista señala que en Europa son las propias empresas que piden la autorización de sus productos transgénicos las que elaboran los informes de evaluación de riesgos ante la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria, unos estudios que no se hacen públicos. Además, según Ferreirim, la exigencia europea es de tres meses de pruebas alimentando ratones de laboratorio con el producto a evaluar, cuando el ciclo vital de este animal es de dos años. “Seguimos, por lo tanto, sin saber cuáles son los riesgos a largo plazo”, asegura.

La última gran polémica en torno al consumo de transgénicos surgió a raíz del estudio desarrollado en septiembre de 2012 por el francés Gilles-Eric Séralini, de la Universidad de Caen, que determinó una mayor incidencia de cáncer en ratones alimentados con maíz transgénico. Sánchez Serrano se suma a las voces que, tras la publicación del estudio, cuestionaron su validez y critica que se diera mucha más publicidad al informe de Séralini que a las refutaciones del mismo. “Es un estudio que no se tiene en pie, pero que sale cada cierto tiempo”, lamenta y abre el debate de la independencia: “cada vez que un científico dice que los transgénicos son seguros se le acusa de estar financiado por Monsanto, pero este científico tenía financiación de organizaciones vinculadas con grupos ecologistas”.

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