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domingo, 3 de novembro de 2013

BOLUDO









Por un “boludo” más amigable
Un diario español convocó a escritores de 20 países hispanohablantes para que cada uno eligiera la palabra más autóctona o que mejor reflejara a su país. El poeta Juan Gelman, en representación de los argentinos, eligió "boludo".

POR EZEQUIEL MARTINEZ en Revista Ñ - Clarín - Buenos Aires

Durante una sobremesa con un grupo de amigos ajenos a este rubro (no tenían la menor idea de que en Panamá acababa de tener lugar el VI Congreso Internacional de la Lengua Española), les comenté que un diario español había convocado a escritores de 20 países hispanohablantes para que cada uno eligiera la palabra más autóctona o que mejor reflejara a su país. Les pedí que sugirieran la suya antes de revelarles la que había escogido el poeta Juan Gelman en representación de los argentinos. De los seis, cinco dijeron “boludo”, la misma que había puesto en el podio nuestro Premio Cervantes. Tomo esta anécdota que abusa de las estadísticas –perdón, Borges– por su rotundo consenso, y porque me llevó a pensar en muchas de las boludeces que se dijeron después.

Gelman justificó así su elección: “Es un término muy popular y dueño de una gran ambivalencia hoy. Entraña la referencia a una persona tonta, estúpida o idiota; pero no siempre implica esa connotación de insulto o despectiva. En los últimos años me ha sorprendido la acepción o su empleo entre amigos, casi como un comodín de complicidad. Ha venido perdiendo el sentido insultante. Ha mutado a un lado más desenfadado, pero sin perder su origen”.

Las redes sociales se iluminaron con sus relámpagos de fuegos artificiales a favor y en contra. Algo parecido había ocurrido en 2008 cuando la Cruz Roja Argentina lanzó una campaña bajo el lema “En el país donde todos nos decimos boludo, ayudar tenía que ser una boludez”, que en su momento arrugó el almidón del habla prolija. La misma que ahora acusa a nuestro “boludo” de ser un término insultante y vulgar.

Desorientado por el escándalo, acudí a la sabiduría de los diccionarios. El de la RAE –que recién incorporó boludo/a en su edición de 2001–, resultó insuficiente: “Dicho de una persona: Que tiene pocas luces o que obra como tal”. Lo mismo que la ínfima explicación del Diccionario del Habla de los Argentinos , editado por la Academia Argentina de Letras: “Necio, tonto (gilipollas)”. Como siempre, el mucho más amigable Diccionario del Uso del Español de María Moliner se arrimaba a un boludo más cercano a la fuerza del uso: “Adj. de Argentina, usado frecuentemente como insulto. Aplicado a personas: torpe, ingenuo o ridículo. Arg. Se emplea como apelativo amistoso entre jóvenes”. El flamante Diccionario de Americanismos , que la RAE puso esta semana online, acomoda un poco más las cosas y reconoce que en Argentina el término “Se usa para dirigirse a un amigo” y hasta hace referencia a sus fórmulas más comunes, como “boludo alegre”, “hacerse el boludo” o “¡qué boludo!”.

Como muchos, recordé en estos días la amnistía a favor de la expansión y el uso de las mal llamadas “malas palabras” que pidió Roberto Fontanarrosa en el cierre del III Congreso de la Lengua de Rosario, en 2004, y las palabras que escribió otro rosarino veinte años antes, el psicoanalista Ariel C. Arango, en su libro Las malas palabras : “Las malas palabras aguardan aún su libertad para ocupar su lugar en el vocabulario legítimo de la vida cotidiana. Y sin malicia. Sólo así perderán su carácter traumático y alucinatorio y recuperarán su inocencia. Y no serán ni ‘buenas’ ni ‘malas’, sino simplemente palabras”.

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