¿Usurpa el inglés la riqueza léxica del español?
CORPUS DEL ESPAÑOL DEL SIGLO XXI,
Los tañidos de esas barbáricas generaciones de neolenguas llamadas redes sociales son ya demasiado ensordecedores como para obviarlos
Siempre ha existido preocupación por la incorporación de vocablos nuevos -en su mayoría procedentes del inglés- en la lengua española, una práctica aceptada a condición de que tales vocablos careciesen de traducción y enriquecieran el idioma, algo que actualmente no consideran muchos innovadores, voraces anglómanos, que parecen obrar por incultura y mera inconsciencia mimética. La adopción de neologismos –palabras o expresiones nuevas en una lengua-, ha dado paso con frenesí digno de mejor causa, a la de extranjerismos –palabras o frases de un idioma usados en otro-, obviando, en este caso, la regla de oro que justifica su uso y existencia: no utilizarlos sino en caso de necesidad, y entonces, como aconseja el profesor Martínez de Sousa, «adaptarlos a la grafía y a la fonética de nuestro idioma».
Por supuesto, existe un protocolo por el cual, para decidir sobre la inclusión de un nuevo anglicismo, que ha de superar un período de cuarentena (cinco años), los académicos se basan en criterios de uso y vigencia, amparados por el Instituto de Lexicografía y por el programa informático CORPES XXI (1) que se nutre, como nos informa Antonio Villarreal (ABC 26/04/2014), de palabras tomadas de la literatura, prensa, ciencias, política o economía y procedentes en un 70% de América y Filipinas y un 30% de España. Existe una base de datos de 300 millones de formas que permite saber cuándo entró la palabra, por dónde, con qué significado, si se mantuvo o se modificó.
No ha lugar, pues, a la improvisación.
Pero, lamentablemente, la colonización lingüística avanza por caminos sinuosos. Fuentes autorizadas anuncian que la próxima edición del DRAE mostrará cómo las puertas del español están cediendo a la avalancha de anglicismos, en cuyo abuso hay elevadas dosis de papanatismo, es decir, utilizamos un término inglés teniendo palabras de sobra en español para designar lo mismo porque hay quienes ven en ello «un aura de prestigio, esnobismo y modernez». Semejante conducta no deja de ser la sublimación de un inexplicable complejo de inferioridad, pues estamos muy por encima, tanto culturalmente como por el número de hablantes. Según el Instituto Cervantes, 528 millones de personas tienen el español como lengua nativa, segunda lengua o extranjera, en una proyección que parece imparable, en virtud de la cual, si no cambia la tendencia, dentro de tres o cuatro generaciones el 10% de la población mundial se entenderá en español y, para entonces, EEUU se habrá convertido en el primer país hispanohablante del mundo.
Haciendo un poco de historia, Darío Villanueva, secretario actual de la RAE, nos recuerda que ésta se constituyó en 1713, en parte, porque había un grupo de personas preocupadas por la influencia del francés, predominante en aquel momento. Pero la Historia siguió su curso, y el inglés, que ganó la Segunda Guerra Mundial, sustituyó a otras lenguas de referencia como el alemán en la ciencia o el francés en la diplomacia, lo que le ha convertido en la lingua franca, el latín de nuestro tiempo.
Pero nada justifica el abuso y la invasión de anglicismos crudos, esto es, expresados en su pronunciación y grafía original, como es el caso de parking, que en América se conoce como ‘aparcamiento’ o ‘aparcadero’, o de anglicismos adaptados, como ‘estriptis’. Paradójicamente, muchos de los apóstoles de esta anglomanía parlante se declararían absolutamente incapaces de abordar con un mínimo de rigor tema alguno en la lengua de Shakespeare. En cualquier caso, no estamos ante una cuestión de purismo a ultranza, pues como afirmaba un ilustre filólogo:«una lengua que no evolucionase sólo podría hablarse en el cementerio». Lo que no obsta para que palabras tales como pericia, socio, de bajo coste, etiqueta, enlace o correo electrónico deban preferirse a know how, partner, low cost, hashtag, link o e-mail…
(1) Corpus del Español del siglo XXI
Miguel Fernández de los Ronderos
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